domingo, 3 de julio de 2016

UN PASEO POR ALAEJOS



NACIMIENTO SITO A LA IZQUIERDA Y FORMANDO PARTE DEL RETABLO MAYOR DE LA IGLESIA DE SANTA MARÍA. LO RECIBÍ COMO POSTAL NAVIDEÑA ALLÁ POR 1985 DE MANOS DE PATRICIO SANTANA Q.E.P.D.

UN PASEO POR ALAEJOS   30-06-2016

Ayer tuve ocasión de volver a recorrer calles y rincones de mi Alaejos sin la prisa del habitual quehacer rutinario; degustando cada palmo de sus añorados recovecos. Calles casi desiertas bajo el implacable sol, saludando contenta de volver a ver a quien no vi desde hace meses.
Quien aquí nació y –salvo a algún viaje- nunca salió a vivir fuera de este terruño y cotidianamente caminan sus calles, nunca vivirán la emoción de la añoranza y la felicidad del reencuentro con ellas. A cambio se permiten el lujo de llamar forastero a quien unido al cordón umbilical de la madre respiró por primera vez, igual que ellos, bajo este mismo cielo azul. 

En esta ocasión mi marido y yo hacíamos de anfitriones de nuestros queridos amigos que vinieron a pasar el día con nosotros.
Lo primero que hicieron Sari y Begoña al poner un pie en Alaejos fue manifestar el deseo de ver nuestras iglesias. Ya era pasado el medio día de este veraniego Junio, hacía mucho calor, y en la iglesia de San Pedro celebraban misa en honor al santo del mismo nombre. Hasta allí llegamos con intención de visitar el templo una vez terminado el oficio. Vi quela oficina de turismo estaba abierta y me acerqué para preguntar  por la posibilidad de ver las dos iglesias. Me recibió Cristina, una jovencita amable, de sonrisa permanente que este año trabaja en el agradable trabajo de mostrar su pueblo. No tardó en darme una cita para aquella misma tarde. Mis amigas se alegraron al saberlo y los seis nos sentamos al fresco del soportal en una de las mesas del Restaurante “El Callejón” donde siempre me hacen sentir como en casa y puedo así disfrutar de la maravillosa Plaza de mi pueblo. Pocas plazas de ciudades importantes pueden presumir de  ser tan hermosas como esta.
Por lo mismo que decía al principio, me gusta tomar en pequeñas dosis el disfrutar el entorno en aquel mágico lugar, porque mirarlo por rutina pierde el encanto de la añoranza.
Poder compartir con nuestros amigos mis vivencias, sobretodo infantiles, es todo un lujo y un verdadero placer, además de la satisfacción de disfrutar de un lugar fresquito en día tan caluroso en compañía, al acabar la misa, de la jovialidad de mi octogenaria y vitalísima madre.

Tras agradable comida y sobremesa en nuestra casa, puntuales fuimos en busca de Cristina. Enseguida comenzó nuestra excursión. La iglesia de San Pedro nos recibía con su inconfundible olor falto de incienso, su impagable acústica y su belleza tras la restauración en 2010.
Cristina nos mostraba el templo amable y con fluidez apuntando datos de retablos, imágenes, pinturas recuperadas e historia, aportando yo, pinceladas de lo que recordaba de la iglesia antes de la citada restauración: El retablo que al parecer “desentonaba” y fue relegado a un escondrijo donde parece que “sólo dios basta” no tiene sentido, pero yo me pregunto que si ese retablo desentona ¿No desentonan los bancos modernísimos que ahora soportan los beatos culos? ¿Y la iluminación? ¡¡En fin!! Cosas mías supongo.
En un pequeño habitáculo vimos algunas de las imágenes que descansan 364 días al año y que durante la  Semana Santa procesionan el día que les toca.
Contemplar a “Barrona” con sus fieros ojos a la altura de los míos y no sentir absolutamente nada del temor que antaño producía a la chiquillería al verlo tras la vitrina donde antes ubicaban el conjunto del paso, me hizo confirmar que no soy aquella niña temerosa (hoy de 59 años), que puedo enfrentar cualquier fiera mirada con el valor y la seguridad que dan los años vividos.
Pude en aquel mismo lugar conocer “en persona” a la borriquilla que acompaña con laurel el comienzo de la Semana de Pasión desde hace apenas dos años y al joven Resucitado con carita de felicidad y tan moreno tras su paso por el taller de reparaciones, que más parece recién llegado de unas vacaciones en el Caribe que salido del sepulcro que custodiaban soldados dormidos.
Presumimos de iglesia, de tallas y de retablos antes de encaminarnos por la calle de Zabacos hasta la iglesia de Santa María, la que siempre fue mi “iglesia de cabecera”, donde recibí mi bautismo y primera Comunión; donde jugaba a escuchar la novena de la mano de mi querida y añorada abuela Felisa, o los sermones interminables y aburridos mirando al púlpito y deseando tener entre mis manos los bolardos azules de cristal que lo adornan. En esta misma iglesia, mi hija Irene celebró el Corpus y despedí a mi querido padre en la última vez que por promesa a él escuché funeral en su memoria.
Me enorgullece poder enseñar a mis amigos el valor de mi iglesia de Santa María y su museo interparroquial.
Una vez más la contemplé como si fuera la última vez que pueda hacerlo para guardar su recuerdo en mi corazón.
Santa María está herida de muerte por dentro y por fuera y temo que los andamios, por poco que tarden en instalarlos, no lleguen a tiempo de salvarla y si la salvan quedará hermosa como la de San Pedro, pero como en ella, también desaparecerán cuadros, retablos –quien sabe si las bancadas- y el polvo que los años y los rezos han ido depositando en el interior del templo de mis amores.
Nos despedimos de la adorable Cristina muy agradecidos y contentos de haberla tenido como instructora.

Un paseo por el entorno de las ruinas del castillo que actualmente vuelve a estar inmerso en el trabajo de desescombro y luce en su nuevo paseo un aspecto  descuidado y cuajado de maleza que desaparecerá cuando las entrañas de nuestro desaparecido baluarte  queden listas para  ser visitadas y que Alaejos pueda presumir de tener un pasado glorioso, un presente de añoranzas y un futuro… tan futuro que ni los mejores videntes alcanzan a adivinar.

Alaejos querido pueblo, fue grato volver a presumirte y pasearte con ojos de niña, corazón de mujer más que madura y comprobar que hay en ti cosas que nunca cambian ni deberían cambiar; reencontrarse con algunas personas que hacen del pueblo la enseña y siempre te agrada el reencuentro  o toparte desafortunadamente  con otras que deberían evolucionar y no quedarse ancladas en su terca necedad. La misma por la que a “los de pueblo” nos denominan despectivamente “catetos”.

Una opípara cena con parladísima sobremesa en el patio más acogedor de Alaejos culminaba con un día especial que no tardará en volver a repetirse.

2 comentarios:

mariangeles dijo...

te falto la visita a la casita no

Marisa Pérez Muñoz dijo...

Hola bonita!!

Acabo de ver este comentario y aunque ya está respondido non quiero que aquí quede sin respuesta...

La Casita sólo la abren los domingos y fiestas de guardar y estos amigos ya conocían la ermita porque vinieron a la celebración de mis bodas de plata en 2002.

Encantada de recibir también aquí tu visita.

Un abrazo

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