ÍDOLO DE BARRO 13-07-2016
Idealizar
a una persona ni es bueno ni lógico, mucho menos si se trata de una persona a
la que conocemos por salir en medios
sociales, en escenarios del mundo o tras la gran o pequeña pantalla.
Siempre
supe diferenciar entre “vida real” y “persona famosa”, sabiendo que el humano
con nombre y apellido propio jamás traspasaría la pantalla, ni el trato pasaría
más allá de un cordial, educado y –por su parte- obligado saludo a alguien que
se le acerca con cariño tras ocupar localidad en el teatro donde acaba de
actuar, o simplemente cuando la casualidad hace que nos lo encontremos por la
calle.
Durante
años fui una de sus más fervientes admiradoras y miles como yo, por serlo,
contribuimos a que nuestros amigos también lo fueran. El boca a boca que
encumbra o derrumba, en este caso aupó un merecidísimo éxito que creció como la
espuma y acabó mucho más rápido de lo
que sus seguidores hubiéramos querido. Su trabajo dejó de ser habitual y el
olvido de la mayoría creció con más rapidez que la admiración. Sólo los más
acérrimos continuamos fieles y deseando que volviera a regalarnos el
inigualable arte que nos cautivó antaño.
De haberlo
admirado durante aquellos años no me arrepiento en absoluto porque durante
ellos reí como nunca y mientras reía olvidaba penas, aliviaba el peso del
trabajo y era capaz de sobrellevar lo que de menos bueno llegaba a mi vida.
Aprendí
cada gesto, cada uno de sus magistrales guiones y hasta me compadecí de su confesa
soledad humana tras la bajada del telón. No me gustaba saber que una persona
revestida de personaje hiciera feliz a tantísima gente y nadie fuera capaz de
llenar sus horas anónimas.
Soy
consciente que un personaje no es persona, ni un famoso tiene la obligación de
ser tan perfecto como se muestra en las entrevistas.
Nunca
abordé a un conocido famoso en plena calle para molestarle pidiendo una foto y
mucho menos un autógrafo, precisamente porque soy muy respetuosa con las
personas a las que quiero o admiro, porque comprendo su derecho a pasear por la
calle sin ser molestados o incluso asediados interrumpiendo su cotidiano vivir
por legiones de “fans”; palabras que no utilizo porque me gusta mucho más la
española “admirador”.
Cierto que
lo queramos o no, la fama conlleva ese molesto bagaje, y que aunque los famosos
renieguen de los moscardones, en cuanto desaparecen, con ellos se llevan gran
parte del estrellato de su admirado.
En este
caso, de aquellos años de estrella fulgurante a los actuales han pasado muchos,
demasiados para que aquella legión continuara intacta. Muchos se fueron
quedando en el camino aferrados a otros momentos felices, que jamás faltan,
porque cuando un actor desaparece de escena, al escenario suben otros y las
manos que aplauden si son las mismas.
Tras un
abismal parón de años en los que no se supo nada de él, este personaje
destilando naftalina volvió a mi vida y volví a reír con idénticos y alcanforados guiones. Algo ocurrió que me
ilusionó y acto seguido esa ilusión dio paso a la decepción, a la estafa
emocional.
Jamás
renegaré de haber disfrutado ese pasado glorioso que ahí está y ahí estuvo. Eso
no podría ni jamás querría cambiarlo, pero me siento estafada porque al
traspasar la línea que se me brindó y creí sincera, resultó que no me gustó lo
que había bajo la gruesa capa de maquillaje: Alguien anclado en otra década,
creyéndose Dios y que como tal había que tratarlo, piensa que todo el mundo le
debe pleitesía a cambio de un puntapié. Se cree Dios, y en vez de comportarte
como deidad se comporta como vulgar fullero y así jamás se ganará el respeto ni
la admiración de quienes lo respetaron y
lo admiraron.
Sabiendo
lo que ahora sé, entiendo a los que antaño tenían en su mano que continuara o
no su éxito y decidieron ponerle en el lugar que ahora ocupa.
No pedí
traspasar esa línea, simplemente sucedió y la admiración dio paso al
desencanto. Los personajes que un día me parecieron maravillosos se
convirtieron en patéticos títeres, y la persona –que jamás me interesó- me
mostró lo que jamás hubiera querido saber.
Así pues,
guardaré en mi recuerdo lo bueno o muy bueno que viví y continuaré siendo lo
que siempre fui y jamás dejé de ser.
Esto que
ahora sé, sólo me hace afianzar en lo que siempre llevé a gala: “Saber
demasiado de la bambalina puede hacer que desees no haber sabido tanto”.
Personaje no es lo mismo que persona.
Persona
para su familia, personaje para el escenario y mi solidaridad eterna a quienes
tanto perdieron en su empeño por revivir lo que muy a nuestro pesar, desde
hacía mucho tiempo, y por propia desidia estaba muerto.
2 comentarios:
De barro y hecho añicos.
Cada día escribes mejor. Es un placer leerte.
Gracias Rosama... Lo que parecía un sueño terminó siendo pesadilla (sobretodo en vuestro caso) pero si una vez ganamos mucho con él, ahora él es el único perdedor por no saber gestionar su propia vida. Las nuestras continuan tan como siempre que el olvido será rápido y sin secuelas; cosa que él no podrá decir lo mismo.
Besazos para vosotros dos amigos míos. Feliz verano... feliz vida, nosotros sí la tenemos.
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