jueves, 14 de julio de 2016

ÍDOLO DE BARRO



ÍDOLO DE BARRO    13-07-2016

Idealizar a una persona ni es bueno ni lógico, mucho menos si se trata de una persona a la que conocemos  por salir en medios sociales, en escenarios del mundo o tras la gran o pequeña pantalla.
Siempre supe diferenciar entre “vida real” y “persona famosa”, sabiendo que el humano con nombre y apellido propio jamás traspasaría la pantalla, ni el trato pasaría más allá de un cordial, educado y –por su parte- obligado saludo a alguien que se le acerca con cariño tras ocupar localidad en el teatro donde acaba de actuar, o simplemente cuando la casualidad hace que nos lo encontremos por la calle.

Durante años fui una de sus más fervientes admiradoras y miles como yo, por serlo, contribuimos a que nuestros amigos también lo fueran. El boca a boca que encumbra o derrumba, en este caso aupó un merecidísimo éxito que creció como la espuma y  acabó mucho más rápido de lo que sus seguidores hubiéramos querido. Su trabajo dejó de ser habitual y el olvido de la mayoría creció con más rapidez que la admiración. Sólo los más acérrimos continuamos fieles y deseando que volviera a regalarnos el inigualable arte que nos cautivó antaño.
De haberlo admirado durante aquellos años no me arrepiento en absoluto porque durante ellos reí como nunca y mientras reía olvidaba penas, aliviaba el peso del trabajo y era capaz de sobrellevar lo que de menos bueno llegaba a mi vida.
Aprendí cada gesto, cada uno de sus magistrales guiones y hasta me compadecí de su confesa soledad humana tras la bajada del telón. No me gustaba saber que una persona revestida de personaje hiciera feliz a tantísima gente y nadie fuera capaz de llenar sus horas anónimas.
Soy consciente que un personaje no es persona, ni un famoso tiene la obligación de ser tan perfecto como se muestra en las entrevistas.

Nunca abordé a un conocido famoso en plena calle para molestarle pidiendo una foto y mucho menos un autógrafo, precisamente porque soy muy respetuosa con las personas a las que quiero o admiro, porque comprendo su derecho a pasear por la calle sin ser molestados o incluso asediados interrumpiendo su cotidiano vivir por legiones de “fans”; palabras que no utilizo porque me gusta mucho más la española “admirador”.
Cierto que lo queramos o no, la fama conlleva ese molesto bagaje, y que aunque los famosos renieguen de los moscardones, en cuanto desaparecen, con ellos se llevan gran parte del estrellato de su admirado.

En este caso, de aquellos años de estrella fulgurante a los actuales han pasado muchos, demasiados para que aquella legión continuara intacta. Muchos se fueron quedando en el camino aferrados a otros momentos felices, que jamás faltan, porque cuando un actor desaparece de escena, al escenario suben otros y las manos que aplauden si son las mismas.
Tras un abismal parón de años en los que no se supo nada de él, este personaje destilando naftalina volvió a mi vida y volví a reír con idénticos y  alcanforados guiones. Algo ocurrió que me ilusionó y acto seguido esa ilusión dio paso a la decepción, a la estafa emocional.
Jamás renegaré de haber disfrutado ese pasado glorioso que ahí está y ahí estuvo. Eso no podría ni jamás querría cambiarlo, pero me siento estafada porque al traspasar la línea que se me brindó y creí sincera, resultó que no me gustó lo que había bajo la gruesa capa de maquillaje: Alguien anclado en otra década, creyéndose Dios y que como tal había que tratarlo, piensa que todo el mundo le debe pleitesía a cambio de un puntapié. Se cree Dios, y en vez de comportarte como deidad se comporta como vulgar fullero y así jamás se ganará el respeto ni la admiración de  quienes lo respetaron y lo admiraron.
Sabiendo lo que ahora sé, entiendo a los que antaño tenían en su mano que continuara o no su éxito y decidieron ponerle en el lugar que ahora ocupa.

No pedí traspasar esa línea, simplemente sucedió y la admiración dio paso al desencanto. Los personajes que un día me parecieron maravillosos se convirtieron en patéticos títeres, y la persona –que jamás me interesó- me mostró lo que jamás hubiera querido saber.
Así pues, guardaré en mi recuerdo lo bueno o muy bueno que viví y continuaré siendo lo que siempre fui y jamás dejé de ser.
Esto que ahora sé, sólo me hace afianzar en lo que siempre llevé a gala: “Saber demasiado de la bambalina puede hacer que desees no haber sabido tanto”. Personaje no es lo mismo que persona.
Persona para su familia, personaje para el escenario y mi solidaridad eterna a quienes tanto perdieron en su empeño por revivir lo que muy a nuestro pesar, desde hacía mucho tiempo, y por propia desidia estaba muerto.

2 comentarios:

Rosama dijo...

De barro y hecho añicos.
Cada día escribes mejor. Es un placer leerte.

Marisa Pérez Muñoz dijo...

Gracias Rosama... Lo que parecía un sueño terminó siendo pesadilla (sobretodo en vuestro caso) pero si una vez ganamos mucho con él, ahora él es el único perdedor por no saber gestionar su propia vida. Las nuestras continuan tan como siempre que el olvido será rápido y sin secuelas; cosa que él no podrá decir lo mismo.

Besazos para vosotros dos amigos míos. Feliz verano... feliz vida, nosotros sí la tenemos.

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