sábado, 13 de octubre de 2012

MEA CULPA- EN RECUERDO DE MARÍA LOSADA MARTÍN




Por estar inmersa en otras muchas cosas, tardé demasiado en poder escribir la anterior crónica “El final del verano”; y desafortunadamente olvidé mencionar en ella la pérdida de una gran persona que se nos fue el día de nuestra Patrona: 8 de septiembre; fecha demasiado señalada en el calendario alaejano, y por estar el pueblo lleno de bullicio y las casas de forasteros, esta mujer: María Losada Martín, fue acompañada al cementerio por tan sólo un puñado de sus convecinos. De haber sido cualquier otro día, seguramente el templo se hubiera quedado pequeño porque María era querida y apreciada por su pueblo.

María fue la primera persona que leyó y valoró mi forma de escribir; y  me animó a seguir en esta tarea porque –según ella- valía mucho y tenía que dar a conocer mi obra para que todo el mundo la apreciara.
A ella le debemos la creación del certamen literario “Villa de Alaejos” que llegó a celebrarse durante 20 años hasta que se decidió que estaba devaluado y en vez de impulsarlo, lo eliminaron del programa de fiestas.
En dicho certamen participé invitada por María y continué haciéndolo –con un pequeño parón- hasta que desapareció.
No fue una vida fácil la de María pues aunque nació  en el seno de una familia acomodada, su juventud se truncó por culpa de la cruenta guerra civil, ya que la suya era una familia de izquierdas con miembros dedicados a la política local e incluso fuera del pueblo.
En los primeros días de aquel  “alzamiento nacional” fueron fusilados sus hermanos, uno de ellos alcalde Socialista de Alaejos  y  otro de Villalar de los Comuneros; localidades en  las que además ejercían como maestros nacionales.
También por aquellos días su padre fue detenido e ingresado en prisión, mientras a ella, para salvarle la vida, su madre la ocultó durante varios meses en el pozo que existía en la casa familiar de Alaejos.
Concluida la guerra civil, María Losada  “respiró” de forma tranquila y austera en Alaejos, vendiendo carne en su establecimiento y que pudo mantener abierto, pese al despreció  que sufrió por parte de la clientela alaejana perteneciente a la derecha de entonces.
Tras, el fallecimiento de su madre pasó unos meses en Madrid, y antes de  regresar a Alaejos mantuvo contacto con miembros del PSOE, a los que se unió en la clandestinidad.
Fue nombrada presidenta de la Cruz Roja Española de Alaejos, trabajando durante años en impulsar esta institución en su pueblo.
Tras la llegada de la democracia, cedió su casa para su utilización como sede local del PSOE, puesto que María era miembro muy destacado y activo en dicho partido, siendo concejala de cultura durante varios años.
Por su gran labor fue homenajeada en numerosas ocasiones por el PSOE y condecorada por la Cruz Roja Española.
Al parecer también estuvo cercana al testamento de Teresa Villanueva del que incluso entregó en su día una copia a un importante político de este país, para intentar solventar la temática de la famosa herencia, que salió a la luz siendo un gran garrotazo para el  Arzobispado Vallisoletano y la credibilidad de la Iglesia,  ya que se descubrió junto al escándalo de “Gescartera”.
María falleció el día de la fiesta grande en Alaejos, a cuya misa en honor de la Virgen de la Casita -al igual que cada 10 de mayo- acudía -incluso en la posguerra-,  con traje negro y luciendo en su solapa la rosa roja  emblema del PSOE.
Vaya desde aquí mi disculpa por la tardanza en haceros llegar este apunte; mi reconocimiento a María y mi “Descansa en Paz, al lado de los tuyos”.


domingo, 7 de octubre de 2012

EL FINAL DEL VERANO




Parecía que el otoño iba a instalarse definitivamente; había empezado a llenarnos de melancolía y lluvias torrenciales devastando muchos lugares de nuestra piel de toro, pero el calorcillo ha vuelto en este llamado “veranillo” con nombre de santo y que no es más que una pequeña escurribaja veraniega.
Con el sol luciendo espléndidamente y sin el agobio calorífico veraniego; ahora que tengo suficiente rato, llega el momento de hacer recuento y recuerdo del ya “lejano” verano, extrayendo todo lo bueno que vivimos y tirando lo malo –si lo hubiere- a la basura del olvido para siempre.
En mi caso he de decir que ha sido un bonito verano; lleno de cosas buenas y muy positivas para mi alma y mi espíritu; cosas que poco a poco compartiré con vosotros mis queridos y fieles lectores a la par que amigos o seguidores.
En breve publicaré las crónicas de  las excursiones que realicé con el Club Cicloturista alaejano; crónicas que como sabéis nunca faltan a su cita aunque sea con retraso. Este año visitamos Coca en el mes de mayo y Candás y Luanco el ultimo día de junio y primero de julio.
Recordaré –con fotos- la magnífica semana que pasé en un hotel “risó” de Fuerteventura, la escapada a un balneario, y ¡cómo no! Las fiestas de la Casita de las que sólo queda el recuerdo y poder hacer balance de ellas. Aquí lo tenéis.

El tiempo acompañó en casi todos los actos importantes, y en general las noches fueron cálidas y agradables que permitieron disfrutar al máximo –quien quiso- de esta Casita que, como digo, ya pertenece al recuerdo.
El día 11 las calles parecían tristes, el bullicio de los días precedentes había dado paso al silencio. Atrás quedaron el ruido de charangas, verbenas, disco movidas, encierros y las inconfundibles Dianas y Carretillas.

Empecemos como debe de ser: por el principio, en este caso por el magnífico pregón pronunciado por Alfredo Otero; pregón que -como imaginé- no sólo no me defraudó, sino que consiguió emocionar desde la primera frase a muchos de los asistentes sobre todo a aquellos  que nos hizo recordar pasadas y añoradas Casitas que no volverán, pero que con su forma de explicar sus propios recuerdos, atrajo como imán a los nuestros.
Tras el pregón y la cena –cada uno donde fuera- en la plaza hubo un espectáculo de danza ya conocido y muy apreciado por mis convecinos y que el mal tiempo deslució mucho más de lo deseado. Esa fue la peor noche en cuanto a climatología festera se refiere.

Cuando por fin amaneció el día 7 –díalavispera- el aire de Alaejos se envolvió con el añorado sonido de nuestra Diana; si bien no tan concurrida como hace unos años, sí tan deseada por muchos, y por otros tantos que nos conformamos con verla desde la ventana aguantando plácidamente el “feas, feas son”.
Al término de la dicha Diana, se toma gratuitamente chocolate; al menos eso pone en el programa, porque salvo a la paella, no suelo yo asistir a los actos de tragantón multitudinario, para ver cómo la gente pierde un poco las formas, como si en sus casas no tuvieran mucho más de lo que se les ofrece “gratis”.

Tampoco fui al encierro “ecológico”, que según mis amigos estuvo muy entretenido.
La paella -como viene siendo habitual- la disfrutamos en la piscina, que ese día se llena de pandas y corros de gente. Te das cuenta que no parece que hubiera pasado un año, siempre somos los mismos, alegres y divertidos comilones.

Tras la siesta el desfile de peñas; cada año se esmeran más en diseñar disfraces y hasta coreografías que pasear por las calles del pueblo. Lástima que no habían estas cosas cuando yo era joven, aunque a la que pertenecí de jovencita, fue de las primeras en tener camiseta de peña. La misma que guardo nostálgicamente y cada año parece haber encogido un poco más. Me pregunto cómo es posible que este cuerpo serrano estuviera holgado bajo esa camisetuca que apenas le valdría ahora a mi nieta.

Tras el multitudinario desfile, la primera de las también tradicionales cenas en la peña y luego la actuación de “Bordón 4” añejo grupo que hizo las delicias de sus, sin duda, añejos seguidores.
Una muchacha simpática que se sentaba a mi lado, dijo con desparpajo: “Cuando mis hijos sean grandes actuará en esta plaza Bisbal y yo les diré ¿No os acordáis? Es el de “Ave María” ¡¡menudos brincos pegaba!! Sin duda tuvo gracia y mucha razón.

Una vez acabado el espectáculo, comenzó la verbena y con ella (entre canción y canción) la “vistosa colección de Carretillas”; fuegos artificiales que por un corto espacio llenan la plaza de color y olor a pólvora. Siempre decimos lo mismo porque es la sensación que tenemos: “Son los mismos del año pasau”.
Desde pequeñita una de las cosas que más me gustaban eran las carretillas. De más mayor, tomaron especial significado porque entorno a ellas era la “quedada” y el reencuentro con todos los amigos que sólo veíamos en fiestas y también entorno a ellas echamos de menos a los que nunca más íbamos a volver a ver.
El sonido del primer “PUM” de la Diana y el petardeo de las Carretillas me devuelven esos abrazos de amigos y familiares insustituibles que en forma de estrellas brillan cada noche para quienes les añoramos y queremos.

El primer encierro, la romería en la ermita, la comida familiar, la siesta, el concurso de cortes, “toro del Caño”… “refrescos” y cenas en la peña, encierro a caballo, mas verbenas, vaquillas y por el fin la retirada de banderas peñistas del balcón del ayuntamiento, y junto a la ultima charanga, la explosión de la traca que anunció el se acabó.

Una vuelve a recordar aquella canción de “El Dúo Dinámico”, aquel “final del verano”, al ver las lágrimas de jovencitas que han vivido su primera Casita con el corazón ilusionado por haber conocido al muchachito de sus sueños y que el último estruendo de la traca fue el comienzo de la separación. Para ellas,  esa separación será eterna sin verse, porque incluso con los adelantos tecnológicos de ahora, un año es demasiado tiempo y quizás ya nada vuelva a ser lo mismo.

Cada uno vive y recuerda a su modo las fiestas de La Casita; es evidente que cada edad tiene un encanto para vivirlas; lo importante es disfrutarlas al modo que a cada uno le place.
Como desde hace años a mi cuerpo no le satisface la danza ni el trote, busco acomodo en el mejor palco para no perder detalle de cuanto me rodea; aunque ese palco sea el ultimo banco de la plaza porque ahí el ruido de la verbena no ensordece, ni llegan las morceñas de las Carretillas; pero si pueden verse y oírse, e incluso oler la pólvora que estalla en coloridas y efímeras bombillas.
Tengo “mi sitio” para ver los encierros y mi lugar para no perderme detalle de los espectáculos taurinos.
Atrás quedaron hasta dentro de un año los buenos ratos en la peña… momentos repetidos e irrepetibles… ¡¡La Casita!! Afortunadamente ya queda menos de un año para volver a vivirla.

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