viernes, 25 de noviembre de 2011

PROGRAMAS DE TELE5 RETIRADOS

PROGRAMAS DE TELE5 RETIRADOS

Otra vez a vueltas con la telebasura.
Aprovechando que no me gusta hablar (ni escribir) de política, y mucho menos de economía y finanzas; y aprovechando que tengo un rato libre, hoy le toca a mi “afilada pluma” croniquear sobre lo que parece ser un atisbo de cordura en “la cadena amiga”.

Ya se sabe que desde que la madre de un presunto delincuente apareciera en uno de sus programas, le han sido retirados los pastizales de los que se nutrían arrastrando en la debacle a otros que llenaban de griterío informe los hogares de quienes tenían a bien visionarlos.
Al quitarles “la sopa boba” de la publicidad, han abierto la caja de “pandorga” retirando de la parrilla un par de esos prograggggmas de gente viviendo en tierra de “Jauja” que hacen de su profesión un grito; dos programas entrañables, que lo son, porque sacan las entrañas del primero que se les pone por delante (o por detrás).

Quizás está cerca el día en que todos esos famosacos que viven del cuento y el pellejo ajeno, pasen a formar parte de una larga lista de anónimos que trabajen sintiéndose totalmente realizados, donde sin ofender a nadie, puedan seguir gritando alto y recio; ganándose el sueldo con sudor, no de sauna, si no con lo que mejor se les da: como arreadores de mulos.

Yo, también soy de los que, como decía "Love" en su chirigota "Los Falsos" del año 2010: “no veo la tele” pero me entero de todo.

Dentro de lo malo, “La Noria” no es de lo peor, aunque con darle tiempo se haría, porque van contratando a personajes polémicos, gritoparlantes y afamosados que no saben ser entrevistados los unos, ni entrevistar los otros, quizás porque tampoco tienen alguien medianamente interesante que responda o a quien preguntar.

Para entretenerme y pasar el rato prefiero otras cosas, pero como hablamos de tele; me gusta ver “El Hormiguero”, el recientísimo “Comecocos”  que demuestra que se pude debatir sin gritar,  respetando el turno de palabra y entretener sin ofender.
Soy asidua de “Pasapalabra”, “Ahora caigo”, (entre otros muchos) que para ponerme de mal humor, no me hacen falta ninguno de los otros.

En contra de lo que pueda parecer, ni me paso todo el día viendo la tele, ni sólo veo documentales, soy un espectador más con gustos y criterios propios; de lo que emiten, veo lo que me apetece, critico lo que me parece y utilizo el mando a distancia cuando me place; igual que tú, pero al igual que tú, estoy deseando poder decir abiertamente y sin que se me tache de lerda: “veo este programa y me gusta”… o no.
Eso ocurrirá si las cosas siguen como apuntan y poco a poco desaparecen por completo esos “basura”; se desperezan  los guionistas y crean programas que, nos gusten o no, sean dignos de ser respetados;

Programas que por entretenidos, amables y cultos, me hagan ir a la cama con dolor de sofá y “quitada de la pena”; que para aburrida y necia, ya está la vida real.

viernes, 11 de noviembre de 2011

NO COMPRES EL VESTIDO DE NOVIA EN "ARRAS VILLANUPCIAL" DE VALLADOLID

NO COMPRES EL VESTIDO DE NOVIA EN "ARRAS  VILLANUPCIAL" DE VALLADOLID -08-11-2011-

Si alguien me hubiera advertido, seguramente ahora no estaría escribiendo esta crítica; ojala llegue a tiempo de evitar que alguna muchacha próxima a casarse, entre en esa tela de araña llamada “Arras Villanupcial” situada al lado del cementerio del Carmen de Valladolid; y ponga sus ilusiones en manos de irresponsables que les hagan vivir la pesadilla que vivimos en vísperas de la boda de mi hija, que como única mancha, para que todo hubiera salido maravilloso, fue el disgusto y las desazones que sufrimos por culpa de “Arras”.
          De haber escuchado a otras personas contar un relato parecido a este, seguramente hubiera dicho: “Si me pasa a mí, me muero” O “Yo me hubiera puesto a gritar como loca soltando toda clase de improperios”.
Pues no, ni te mueres, ni gritas, sólo piensas en que se solucione el problema, y sabes que gritando sólo pondrías más nervioso a quien debe arreglarlo; aunque ganas de decirle cuatro cositas bien cerca del oído a la primera inepta que tocó el vestido, ni me faltaron, ni me faltan.

Empezaré por el principio para que –como siempre- todo os quede muy clarito queridos lectores.

Justo ocho meses antes del evento, entramos casualmente a mirar “lo más importante en una boda”: el vestido de novia, que suele llevarse un elevado tanto por ciento de las miradas de invitados y curiosos.
 Fuimos tratadas con delicadeza y esmero durante el tiempo en que a  la futura novia le probaban diferentes modelos. Cuando finalmente encontró uno que casi se ajustaba a sus deseos,  sugerimos  si fuera posible colocarle unas mangas medievales, entonces sí, sería perfecto para ella.
Sin problema ni pega alguna, se nos ofreció la reforma y se nos aseguró que el vestido quedaría precioso con el nuevo diseño.
En ningún momento nos empeñamos en imposibles, simplemente sugerimos y se nos ofreció lo que deseábamos.

Salimos de allí contentas y felices aguardando que el tiempo pasara y llegara el día de la primera prueba cuya cita se cumplía el 2 de septiembre, un mes antes de la fecha del enlace.
Ese día, como era de esperar, el vestido no estaba perfectamente ajustado, una primera prueba ya se sabe que suele ser así.
La modista no fue precisamente amable, ni tranquilizadora su actitud poco resuelta, pero quedaba mucho tiempo y confiábamos en que la segunda prueba fuera la definitiva, o casi.

La segunda cita fue el 16 de septiembre; se acercaba la fecha  y se acumulaban los últimos preparativos, pero confiábamos estar en las mejores manos en cuanto a profesional costurera ¡Ja!
El día 16 no sólo no sentaban bien las mangas, además la modista supongo que harta de no dar con el perfecto acoplamiento de estas,  y viendo que el tiempo se le echaba encima para hacer un trabajo digno, al volver a vestir a la novia, en vez de tranquilizarnos, fue aun más desagradable y volvió a darnos una tercera cita para prueba que ya ni imaginábamos que se daría, porque pensamos que el problema estaría ya subsanado a tan solo dos semanas de la boda y habiéndolo comprado tantísimos meses atrás.
Hasta aquí podría ser aguantable de nervios y desazones, pero el tiempo realmente se nos echaba encima y no veíamos que la profesional del hilo y la aguja lo fuera tanto.

La cita esta vez fue para el jueves 22 de septiembre y allí estábamos como clavos confiando una vez más en que estábamos en manos de buenos profesionales y que aquel día el vestido estaría ya sí o sí, perfecto.

Cuando llegó la ayudante a vestir a la novia, no quise verle la cara de circunstancias, pero sí pudimos ver que las mangas no sólo no estaban correctamente colocadas, además el escote estaba retorcido, como si lo hubiera tocado una manazas sin idea de coger una aguja enhebrada.

Entonces fuimos informadas que la “modista” había tenido que “salir urgentemente al médico”, es decir, la impresentable nos había dejado tiradas, no tuvo profesionalidad ni para saber confeccionar, ni para enfrentarse al desastre en que había convertido el vestido de la novia a tan sólo una semana de la boda.

En aquel momento nos proporcionaron otra modista, que pese a tener que “comerse el marrón”, nos trató con el respeto que sin duda merecíamos.
Esta mujer, nos aseguró que ella confeccionaría bien el vestido y con exquisita educación, pedí que no volviera a tocar el vestido la otra irresponsable –me niego a denominar otra vez modista a quien no nos demostró serlo mínimamente profesional-.
Así nos dijeron que sería, y nos emplazaron para una “primera prueba”; si, si, una primera prueba –para esta mujer lo era-  el martes 27.

Por increíble que parezca, y pese a lo que estábamos teniendo que sufrir, en ningún momento levantamos la voz, ni nos pusimos agresivas, ni nos subimos por las paredes, ni insultamos… cosa que cualquiera en nuestro lugar hubiera hecho presas de los nervios y la preocupación que conlleva la preparación de una boda; el tenerlo todo listo a una semana del evento, excepto –repito- algo tan importante y primordial como es el vestido de la novia.

A todas las otras pruebas habíamos ido siempre mis tres niñas, la madre del novio y yo. Esta última semana mis dos pequeñas por turno de trabajo no pudieron ir y puntuales volvimos a la maldita tienda “Arras” el martes día 27 de septiembre, la novia, su suegra y yo, sabiendo que el vestido estaba desmontado y lleno de alfileres; y confiando en  la profesional modista que con educación, tacto y hasta con cariño, nos atendió durante más de una hora y volvió a emplazarnos al jueves 29 para una definitiva prueba; al menos eso pensábamos.

A las 4 de la tarde del jueves ahí estábamos nuevamente las tres y el vestido hilvanado. Las mangas seguían sin asentar bien, las soltó del hilo, las colocó con alfileres sobre la “maniquí”, y cuando iba a quitárselo y volver a llevarlo al taller para hilvanar y volver a probar. ¡¡Eureka!! Por arte de magia, vi que el forro asomaba más de tres centímetros por debajo del final de la gasa del vestido.
A punto estuvo de darme un parraque al verlo; no sabía cómo decírselo a la modista para no angustiar más a la ya atormentada novia.

Más de una hora después, regresó la modista contenta y confiando en que por fin las mangas estarían listas para coser a máquina y el bajo reparado, a ras del suelo… casi me caigo de espaldas al comprobar que la eficiente muchacha había cometido un fallo de nervios y estrés colocando las mangas al revés.
No sabía en qué forma pedirnos perdón mientras nosotras –juro por lo más sagrado- continuamos con exquisita educación y paciencia increíble, sin levantar la voz y confiando en que ella lo solucionaría, aunque nos costara seguir esperando en aquella sala pese a todo lo que hay que hacer los últimos días en que sólo quieres que todo salga bien y has trabajado duro para pasarlos tranquila.

Otra hora y pico después, regresó, volvió a vestir a mi niña y como ya parecía que todo iba bien, quedamos en recoger el vestido al día siguiente, ya viernes víspera de la boda. Salimos del probador agotadas física y anímicamente más de cuatro horas después de haberlo ocupado.

Por fin era viernes, víspera del ansiado uno de Octubre y sin demasiada tranquilidad, a las cuatro de la tarde volvimos al probador de Arras, el lugar que se había convertido en nuestra pesadilla.
Hasta al menos las cinco, no apareció nuestro vestido que estaba rematado, tan sólo a falta de plancha, listo para un último vistazo.
Se lo probaron y por enésima vez las mangas continuaban cayéndose.
La encargada rezando por cobrar, apuntaba soluciones tan urgentes como absurdas. La eficiente modista, tan agotada de vestido como nosotras mismas, volvió a alfilerearlo y otra vez al taller con él.
         
Estoy segura que hubiera habido solución más rápida, aunque conllevara haber cambiado el corpiño entero y a eso no estaban dispuestos en “Arras”, por eso el arreglo nos costó a nosotras el tiempo y a ellos coste cero, porque tampoco creo que le hayan pagado a la modista las incontables horas extras que tuvo que echarle a la reparación, cuando un corpiño nuevo lo hubiera hecho mucho más rápido y lo hubiera quedado perfecto, ya que todo el problema estaba en que en fábrica lo confeccionaron tal y como fue diseñado, sin contar con que llevaría mangas y lo primero hubiera sido reformar el patrón antes de cortar la tela para tirantes, en vez de hacerlo para un pegado de mangas.

A las seis de la tarde el vestido finalmente estuvo listo para plancha y nosotras para esperar  a llevárnoslo a casa.

A más de las ocho de la tarde por fin pagué íntegramente el vestido y tanto la encargada como la modista, nos dieron las gracias por nuestra impecable actitud durante tantísimas horas de espera en tan complicados días para nosotras y por no habernos puesto como energúmenas con ellas, pese a tener toda la razón del mundo para habérnoslas tirado al cuello en varias ocasiones.

Juro que ni aumenté ni disminuí una coma. Todo ocurrió tal y como lo relaté.
Imposible olvidar la cara de resignación y angustia de mi tesoro cada vez que le ponían y quitaban incontables veces su precioso vestido de gasa y con su gripe a cuestas por culpa de los nervios, las interminables y aburridas horas en el probador sin poder hacer otra cosa.

Cuando llegué a casa, colgué el vestido de la puerta más alta del armario para que la cola no rozara el suelo, y al contemplarlo, cual no sería mi sorpresa al comprobar con horror, que en una de las capas de la cola tenía un desgarro que habían disimulado con un horrible parche. Recé (en arameo) para que nadie más que yo viera semejante chapuza y así fue; el vestido al día siguiente estaba precioso y mi hija radiante, feliz y olvidando que las mangas seguían deslizándose del hombro por culpa de la mala confección,  lo lució, lo jaleó, lo bailoteó, lo disfrutó y fue la novia más rebonita del universo, olvidando todo lo sufrido por culpa de “Arras”, pero como yo no quiero que la historia se repita en otras niñas, ni en otras madres, aquí os quedo el relato.
Me daría por satisfecha sabiendo que quien lea esto, se convierta en una cliente de menos para esta tienda “Arras Villanupcial” que arruinó nuestra tranquilidad la última semana antes de la boda y estuvo a punto de arruinarnos el día más importante en la vida de mi hija.

jueves, 3 de noviembre de 2011

POR QUÉ NO HE IDO “ESTOS DÍAS” AL CEMENTERIO

POR QUÉ NO HE IDO “ESTOS DÍAS” AL CEMENTERIO  2-Noviembre-2011

No acostumbro -y seguramente ésta será la última vez que lo haga- a dar explicaciones de mis actos.
Hoy lo haré para que nadie piense que no le tengo respeto a mi padre,  que le he olvidado demasiado pronto y porque no quiero que mi madre sufra innecesariamente y hace un rato me dijo que “estos días” está sintiendo vergüenza ajena cuando le preguntan en el pueblo si voy a ir al cementerio y tiene que contestar que no.

No busco el apoyo, igual que no busqué estar en boca de todos, como al parecer –y según mi madre- estoy. Sólo quiero callar esas bocas y si puede ser para siempre mucho mejor.
Tampoco pretendo que me den o quiten la razón quienes estén leyendo esto, simplemente ruego que si alguien tiene alguna duda o pregunta sobre mí, que me la haga a mí, porque de mí misma, nadie tiene mejor respuesta para dar que yo y la daré si lo estimo oportuno. Los que me juzgan sin conocerme no me merecen la pena.

Como a todos los que os importa en algo mi vida sabéis, el pasado 5 de mayo perdí a mi padre; pues bien, nadie me ha visto llorar desde entonces y eso parece que me condena –cosa que me importa muy poco-, pues los juzgadores ni me conocen, ni falta que les hace; por cualquier cosa se me condena y punto ¿Por qué? Eso quisiera yo saber… o no.

Si tengo que llorar por mi padre lo hago en privado y seguramente de emoción al hablar de él recordando todas las cosas buenas que viví a su lado, momentos inolvidables que nunca volverán; desterrando los malos ratos, porque recordar lo malo, es hacerse daño inútilmente y sobretodo hacérselo a él, porque sufrirá si me ve sufrir por su ausencia.

¿Qué estoy loca? ¿Qué te hace pensar que el loco no eres tú?

He crecido oyendo a mi padre decir que el día que muriera no se gastara para él ni un duro en flores ni en misas; siempre le dije “tranquilo, yo lo haré”; ahora  lo único que estoy haciendo es respetar su voluntad y honrar su memoria todos los días, aunque no sea en público o porque lo indica la fecha de un calendario.

Pienso en mi padre, le quiero, le admiro, le hablo todos los días, creo que ese es el mayor respeto que  puedo demostrarle únicamente a él que es quien se ha ido y por quien se supone que debería hacer lo que ni hago ni haré.

Mi padre de alguna manera odiaba el “qué dirán”, los convencionalismos y los “Porque sí” y también en eso creo que me parezco a él, porque en mi vida actúo por convicción no para fastidiar a nadie. Así me quería él y se sentía muy orgulloso de mí; lo sé porque me lo decía siempre mirándome a los ojos.

Respeto las decisiones de los demás. A nadie le exijo, le pido, le ruego o le conmino a hacer lo que yo hago; a pensar lo que yo pienso, a actuar como actúo, esto es: en consecuencia con lo que pienso y siento. ¿Es mucho pedir el mismo respeto para conmigo?

¿Demostraría más amor hacia mi padre si fuera a llorar a su tumba para que me vieran? ¿Volvería a verle si fuera a misa cada día? ¿Le valdría de algo gastarme un dineral en flores? ¿Quiero menos a mi padre por pensar y sentir así? No me considero tan monstruo por pensar que para su descanso es mucho mejor sentirle cerca y recordarle de forma bonita y positiva todos los días de mi vida y no solamente el 1 de noviembre.

A causa de su enfermedad senil, siento la ausencia física de mi padre desde mucho antes de su partida, no necesariamente tengo la obligación de llorarlo una vez al año públicamente en el cementerio porque todo el mundo lo hace con los que se van, pero sí respeto a quien lo hace, no les critico por ello.

Querida madre: tienes muchos motivos para sentirte orgullosa de mí, piensa en ellos y disfrútalos; no sufras por tonterías cuando en esta vida hay mucho importante por lo que sufrir o de lo que alegrarse. No veas siempre la vida del único color que te hace daño habiendo un arcoíris para elegir otros que te harían vivir feliz.

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