Tranquilos, mi vida no sólo gira en torno a mi reciente “abuelidad” y aunque este caso no habla de mi familia, inevitablemente sí de sentimientos abuelo-maternales con los que estoy tan sensible en estos momentos, por eso no puedo dejar de compartirlo con vosotros.
Juro por mi honor, que todo lo que leeréis a continuación, no es invento ni una de mis novelas; desafortunadamente para los protagonistas, la historia es cierta, porque aunque parezca un mito, “haberlas haylas”.
Si eres mala madre, jamás podrás ser buena suegra y mucho menos disfrutarás con ser abuela.
Ojala cuando la aludida lea esta entrada, se dé cuenta de su error y aunque está dedicada sobretodo a “quien ella sabe”; sirva para que rectifiquen a tiempo otras mujeres que piensen y actúen de forma parecida.
ABUELAS QUE SE NIEGAN A SERLO
Durante estos días en que he recibido el mejor regalo, tuve tiempo para todo y para nada, pero he podido pensar mucho en la vida y admitiendo sin tapujos los múltiples defectos que me adornan, he pensado mucho en esas mujeres abuelas –que las hay- que se niegan rotundamente a serlo escudándose en la absurda frase: “ser abuela me hace vieja”.
Vieja ya eres por pensar y sentir así; de mujer a mujer te digo: un nieto ni te rejuvenece ni te avejenta; tus años son los que tengas, aunque tu mente caduca te prive de disfrutar intensamente la experiencia más increíble que como mujer se puede vivir.
Primero la de ser madre; naturalmente eres joven y sentir dentro de ti ese hijo que llega, verlo nacer, ponerlo por primera vez al pecho… es algo que hasta ese momento es lo más maravilloso que te pasó, aunque no lo puedas vivir tan intensamente como quisieras por las lógicas molestias de embarazo, parto y pos parto.
Ver crecer a esos hijos día a día, ver sus logros, que te confíen sus penas y alegrías; poder darles la mano en sus caídas, consejo y apoyo en sus dudas, confianza en sus temores, y amor, darles siempre amor a manos llenas, deriva en una unión inquebrantable.
Llega el momento en que tus hijos vuelan del nido, intentas conquistar con respeto a sus parejas, que se sientan en tu casa como en la propia, consciente de que ha de ser así para no enturbiar ni sus vidas ni la tuya.
Cuando esa unión se consolida y te dan un nieto, revives momentos que creías perdidos para siempre, y ahora puedes disfrutar plenamente porque eres la abuela y ya tienes edad para serlo. Lo contrario, es ir contra natura: Vieja no te hacen los nietos; vieja te hace tu propia mente por mucho que tu cuerpo aparente quizás un par de años menos.
Me enteré que el día que fui abuela, tu hijo también fue padre. Casi un mes después, ni has conocido a la criatura, ni tienes intención de hacerlo.
A una madre –por el simple hecho de serlo- no se le puede perdonar todo; mucho menos cuando jamás estuviste dotada ni de instinto, ni de cariño maternal; cosa que te oí públicamente en varias ocasiones, con la consiguiente reprobación de quienes te escuchamos decir semejante barbaridad, incluso delante de tus hijos.
Así las cosas, habiendo sido madre por accidente no traumático, puesto que sabías lo que hacías; él no te forzó, pero tu terquedad mental te impidió sentir amor incondicional por tus propios hijos; fácil es suponer que no le tuvieras el más mínimo aprecio a la mujer que eligió por compañera lleno de amor, y así se lo hiciste sentir a la muchacha –que no saber- porque cobardemente callaste la inquina, aunque sí te encargaste de divulgar a quien quisiera escucharte, creyendo sin contrastar, falacias increíbles en contra de ella.
Que en los tiempos que corren, tu hijo encontrara una mujer buena, trabajadora, guapa y profundamente enamorada; tanto como él de ella, no fue suficiente para conquistarte con el respeto que le merecías por ser la madre de su marido.
Te ofuscaste en impedir una boda que afortunadamente para la pareja se llevó a cabo, aunque sólo participaste en ella con pretendida elegancia y casi invisible presencia. No causaste la impresión que buscabas con tu vestuario, al ser tu gesto adusto y desabrido sin cumplir con los invitados la función de madrina que se te otorgó por cariño y realizaste tan por cojones como haces todo en tu vida.
Sin tener ningún motivo para reprocharles nada en absoluto, igual de injustamente que siempre, tras la boda continuó incesante tu intento de “acoso y derribo” que terminó por alejar completamente de ti a tu nuera que sensatamente no te consintió más desprecios y hasta conseguiste que tu hijo para salvar su matrimonio, levantara un muro entre ellos y tú.
Como no podía ser de otra manera, cuando el muchacho tímidamente te anunció su próxima paternidad, soltaste sin pudor la frasecita.
También hay otras celebres frases: “Cuando casas una hija ganas un hijo, pero cuando casas un hijo lo pierdes”.
Naturalmente nunca estuve de acuerdo con semejante desfachatez, aunque evidentemente “Hay madres y madres”.
Madre no es sólo quien pare; madre es quien ama por encima de todo a sus hijos, aunque en ocasiones haya de reprenderlos al educarlos en el respeto a si mismos y hacia los demás.
Una buena dosis de tolerancia y comprensión; una pizca de buenos consejos, mucha confianza y apoyo, son ingredientes adecuados para la buena convivencia en el mundo que nos tocó vivir.
Tú sin embargo, haces bueno el dicho: “Suegra=Bruja”.
Para continuar haciendo daño gratuitamente a tu propio hijo, no te preocupaste en nueve meses sobre la marcha del embarazo y unos días antes de que éste se llevara a término zanjaste nuevamente sin motivo: “ Cuando nazca el niño, no me llames porque no pienso ir”.
El niño nació, cumpliste tu palabra, y al igual que te negaste la dicha de sentirte madre, ahora te niegas la de ser abuela. ¡¡No sabes lo que te pierdes!!
Quizás algún día te arrepientas, aunque estoy segura, que ese día será demasiado tarde porque los obstáculos que has puesto son insalvables; hay cosas que por justicia, no se pueden perdonar y tú no mereces perdón alguno, aunque luzcas la “etiqueta” de madre.