domingo, 23 de mayo de 2010

LA NOCHE HUELE A VERANO


Tras disfrutar por fin, de un luminoso e incluso caluroso sábado, tras la cena me dispongo tranquila a ver la tele que repleta de canales con el nuevo TDT o el ya añoso ONO; al no encontrar nada que me plazca y me complazca en la pantalla, decido asomarme a la ventana.

A estas horas ya hay poco tráfico y los pájaros del parque duermen. El silencio es casi absoluto y no interfiere en el disfrute, no ya de las vistas, que si bien son relajantes: parque oscuro salpicado de farolas que esparcen su luz anaranjada; lo que me ha inspirado y hecho que me lance al papel y boli, ha sido el aroma cuajado de matices que me transportaron a antañones veranos de noches cálidas, bullicio infantil y gentes al fresco, sentadas algunas en la acera aun templada por el sol estival. ¡Eran otros tiempos!

Ya mi cuerpo no es el que correteaba jugando por mi querida calle Tejedores junto a toda la chiquillería que entonces éramos mucha: una veintena, no menos, sólo en nuestra pequeña calle.

La mejor hora del día era precisamente la noche, cuando los padres y madres –jóvenes de entonces- liberados por unas horas de sus pesados trabajos; tras la cena salían a “tomar el fresco” para departir entre ellos; quizás contando chistes, compartiendo viejos recuerdos o charlando de cualquier acontecer cotidiano en envidiable armonía, mientras nosotros, sus hijos, llenábamos la calle de griterío, juegos y alegría sin necesidad de competir quien tenía el último modelo de esas caras maquinitas que actualmente abotargan la imaginación de los peques.

Nosotros por la noche no sacábamos siquiera los pocos “cacharritos” que componían nuestro arsenal de juguetes porque para gastar las últimas energías del día, sólo necesitábamos la calle para correr jugando a “donde están las llaves matarile rile rile”, “Al pillar” a “La maya”, “Al corro de la patata” , a “La gallinita ciega” o a “Civiles y ladrones” hasta que algún ruidoso bostezo de los madrugadores sonaba como sirena de barco que anunciaba el final del relajo.

Por muy agusto que estuviéramos, nadie levantaba la voz, ni pedía machaconamente “un ratito más” Los niños de entonces no sabíamos que existía el “rechistar”.

¡Ale! ¡“acostar”! y con un “hasta mañana que descansen”, la calle quedaba en silencio y oliendo a… lo mismo que huele esta noche tras mi ventana.

Una vez más “El olor de los recuerdos”, como la mejor máquina del tiempo me transportó a la lejana infancia.

1 comentario:

Marisa Pérez Muñoz dijo...

Pues sí, María, has percibido que en este momento me encuentro anímicamente tranquila, aunque bien sabes que el estado de ánimo es como un fuego artificial: Tan hermoso como efímero.

Hay que disfrutarlo desde lugar seguro; ni demasiado lejos, ni demasiado cerca, impregnándonos de la grata visión de sus múltiples colores que parecen elevarse al cielo y en un instante se apagan para siempre.

Cuando lo maneja un buen pirotécnico, no es peligroso, pero siempre está el pirómano al acecho dispuesto a encender la mecha para hacer explotar la pólvora en mil pedazos y lograr el mayor daño posible; por más que nos forremos con varios trajes ignífugos, nunca se puede dejar de vigilar, porque en esta vida nos rodean demasiado pirómanos a los que parece molestar que tengamos la fiesta en paz.


Espero que vayas mejorando.

Besazos y abrazotes.

Marisa

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