viernes, 8 de mayo de 2009

BOTAFUMEIRO EN COMPOSTELA

El pasado viernes 24 de abril, visité la impresionante catedral de Santiago de Compostela.
Es la segunda vez que mi marido y yo vamos a esa ciudad, y las dos veces nos regaló copiosa lluvia en la plaza del Obradoiro. Estoy comenzando a pensar si no será lluvia artificial para darle el aspecto verdoso y húmedo, característico a sus piedras.

En esta catedral, no se cual es más popular, si la misa de peregrinos o ver volar el botafumeiro, que al parecer, no es habitual que se haga en cada celebración religiosa.

Curiosamente las dos veces que –como dije- visitamos Santiago, coincidió por pura casualidad que lo botaran; o como denominen al hecho de hacer balancear el incensario de metal revestido de plata cuyo peso sobrepasa los 40 kilos; más manejable que el de plata auténtica, que al parecer se conserva en el museo y que fue regalado por un grupo de alférez en tiempos de Franco.

Cuando comenzamos nuestra visita fuimos advertidos de que en breve no podrían dispararse fotografías porque iba a comenzar la misa y el ruido perturbaría el recogimiento. Absolutamente entendible.

Hicimos la tradicional visita (abrazo incluido) al santo, y segundos antes de que comenzara la celebración religiosa abandonamos el templo la mayoría de los grupos turísticos, permaneciendo en sus asientos, los devotos, peregrinos, o personas que no querían ni mojarse, ni ir de tiendas, o incluso los que deseaban escucharla.

Conforme se acercaba la hora del final de la misa y por tanto de disfrutar el espectáculo, nuevamente en respetuoso silencio fuimos llenando hasta “atestar” el templo. De ahí mi pregunta del principio sobre si es más “popular” escuchar misa o ver a los ocho “Tiraboleiros” en su función de hacer que el botafumeiro balancee de un lado a otro durante cinco minutos acompañado de la interpretación del himno del apóstol con el órgano, mientras va derramando el perfume a incienso que antaño servía para quitar el mal olor que dejaban los peregrinos en la catedral tras el largo camino y que ahora, este icono de la catedral de Santiago, representa para unos un acto de glorificación a Dios incensando el altar y para otros un curioso espectáculo, que al no ser habitual verlo en funcionamiento, si la visita coincide con su lance, es otra cosa más a contar al regreso a casa, y a juzgar por la cantidad de cámaras que rápidamente aparecieron, una foto más para guardar como recuerdo.

Tras ver volar el Botafumeiro y sentir el aroma a incienso que difunde, volvimos a salir a la incesante y fina lluvia.

Un último vistazo a la hermosa plaza del Obradoiro en el que descubrí un par de figuras humanas estáticas, representado en propia piel, uno a “El mago de la suerte” y otro imagino que por el lugar donde estábamos pretendía ser el apóstol, aunque más parecía un San Pancracio con barba.

Aun llevaba mi cámara de fotos fuera de su funda y me pareció una bonita imagen que añadir a la tarjeta de memoria.
Jose –mi marido- amablemente me protegía de la lluvia con el paraguas.
Para ahorrar tiempo, le dije que fuera sacando el monedero para echarles unas monedas a los dichos humanos estáticos, mientras yo disparaba sendas fotografías.
“San Pancracio” bajo su barba abandonó el semblante “angelical” para señalarme el recipiente donde depositar la moneda. Como Jose ya rebuscaba dinero para echarle, omití el gesto adusto del actor y me dispuse a fotografiar a “O mago da sorte”, que así rezaba el cartel.
Dicho mago al verme cámara en ristre, me señaló el recipiente aun con más descaro, mientras con una mano se cubría el rostro y con la que le quedaba libre me hacía señas negativas e indicativas.

Todo esto, al tiempo que mi marido luchaba con el paraguas y el monedero buscando unas piezas. Entonces le dije: “Deja cariño, vámonos que nos perdemos del grupo”.

Mi sana intención era “pagar” con unas monedas a las dos personas que se ganan dignamente la vida de aquella manera.
La pintura de sus rostros, no les dejaba ciegos, por tanto verían que mi marido se apresuraba en sacar dinero, guarecerme de la lluvia (cosa nada fácil por mi continuo movimiento para hacer rápidamente las dos fotos procurando que no se mojara la cámara). Se veía claramente la intención de colaborar con su “causa”, pero nunca un mal gesto merece recompensa, por eso, aquellas dos figuras humanas, se quedaron sin nuestras monedas.

Sonreír cuesta mucho menos que pintarse la cara, ponerse barbas postizas, vestirse de lo que se desea representar y plantarse frente a un montón de turistas para ser fotografiados o simplemente admirados a cambio de un pequeño dinero.
Sonreír quizás no llama tanto la atención como sus vestimentas, pero un mal gesto puede hacer que no obtengas lo que pretendías.



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