viernes, 6 de marzo de 2009

AQUELLOS MARAVILLOSOS AÑOS DE ADOLESCENTE CAPITULO SEGUNDO

Chus, Maribel y Choni de excursión a Segovia.
(Véase que Choni no vestía uniforme).
Como ya dije, el centro de estudios distaba un tanto de nuestras casas y solíamos tomar el autobús en la Avenida Palencia.
Siempre iba repleto de revoltosos muchachitos cargados de libros y acné.
Antes de las 9 de la mañana el billete era más económico, tan solo 50 céntimos de peseta, algo así como ... muy poco en euros.
Mi madre me daba la media peseta religiosamente, pero... agudizando el ingenio y las ganas de “galgadas”, en vez de ir en el soporífero transporte publico, un montón de niñas íbamos andando con la sana intención de gastar el importe del billete en el kiosco de la plaza o en otro localito en la Avenida de Santander, junto a una marmolería que exhibía lapidas mortuorias en un pequeño jardín y frente a la fabrica de gaseosas “la Española”.
Rara era la vez que al pasar por la puerta de dicha fabrica no escuchábamos el estallido de alguna de las botellas y siempre el tintineo al moverse en la cinta embotelladora.

En el quiosco la que más cosas podía comprar era Maribel. Ella tenía fácil y consentido acceso al cajón de la bodeguilla.

Yo no podía “sisar” a mi madre de su cartera, siempre controlaba hasta la ultima peseta, por eso me las ingeniaba para sacar algún dinero “extra” pidiendo para alguna que otra goma de borrar o lapicero que dije haber perdido sin ser del todo cierto.
Otras veces argumentaba que como el autobús iba muy lleno no nos abrió la puerta el “estúpido” cobrador y tuve que tomar el siguiente que ya costaba una peseta –precio para después de las 9-.
Por entonces los autobuses tenían conductor y cobrador, este ultimo sentado tras una especie de mostrador que con una puerta ocultaba las piernas del hombre que vendía los pequeños billetes rectangulares de papel muy fino y controlaba que nadie viajara sin pagar. También se encargaba de accionar el botón que abría y cerraba las puertas del vehículo, ponía orden entre los inquietos pasajeros que lo abarrotaban e indicaba al conductor cuando debía continuar su viaje.

También mi madre -pobre mujer- me daba cada día los 70 céntimos para un riche o un bollo de leche recién llegado del horno en una panadería que había muy cerca de la plaza de San Pedro Regalado.
La panadera lo envolvía en una especie de pañuelito de papel fino y que en letras rojas dentro de un círculo llevaba impreso el nombre de “Ipavasa”... (Industria Panificadora vallisoletana).
También muchos días me “escatimé” el bollito o el riche y tomaba en el recreo tan sólo la fruta que llevaba de casa para poder emplear el dinero en las estupendas golosinas.

Solíamos comprar un caramelo redondo largo y un poco grueso que se llamaba “puro”. Nos gustaba chuperretearlo hasta sacarlo punta y conseguir que nuestros labios parecieran maquillados. También comprábamos el regaliz rojo y negro que nunca más tuvo aquel exquisito sabor.
Tampoco nos faltaba lo que por entonces comenzaba a estar de moda; los “jamones”. Eso que después algunos llamaron “nubes”. Éstos los adquiríamos en un pequeño quiosco de calle, al lado del puente entre 25 años de Paz y Poblado de ENDASA.

No tuve mucha costumbre de hacer pellas, novillos o como quiera que se denominara a largarse de la clase sin motivo, más bien al contrario, si faltaba algún profesor y nos mandaban a casa, mis amigas y yo nos íbamos por ahí para llegar a casa a la hora habitual.

Uno de los lugares preferidos para esas “escapadas” era el cementerio del Carmen, muy cercano al instituto.
Llegamos a conocerlo perfectamente. Admirábamos los monumentos fúnebres -en algunos casos autenticas obras de arte- imaginando como habría sido la vida de las gentes que bajo ellos reposaban.
Si veíamos alguna lápida rota nos asomábamos a mirar por si podíamos ver vete a saber qué, pero eso si, sin respirar, como si la muerte fuera a colarse por nuestros orificios nasales.

A esa edad la muerte tenía una dimensión extraña. Lo veíamos como algo temido pero demasiado ajeno a nosotros. Eran otros los que morían y no pensábamos en lo terrible de perder un ser querido aunque Chus quizás no pensara así, ella lo había vivido demasiado cerca al perder a su padre siendo muy pequeña.

Yo no era capaz de ver un muerto. Tenía autentico pavor.

Un día me dirigía caminando al instituto, al pasar por la calle Soto, casi esquina con Moradas, se había suicidado un señor lanzándose a la calle desde el cuarto piso y había un tremendo charco de sangre que nadie tuvo la precaución de cubrir con arena o serrín.
Durante meses no pude pasar por aquel lugar, me cruzaba de acera o rodeaba por otro camino para no ver aquella macabra huella en el suelo.

También recuerdo una vez que regresando de Alaejos en el coche de línea, acababa de ocurrir un accidente dentro del término, muy cerca de la parada del coche, concretamente en las eras, aún sin las casas que lo pueblan en la actualidad.
Por más que lo intentara estoy segura de no ser capaz de recordar con quien viajaba ni el motivo de mi viaje, pero sigo teniendo en la retina aquel accidente.
Tampoco puedo acordarme cuantos serían los vehículos implicados ni cuantas personas fallecieron, aunque creo que más de una.
Lo que a mi me obsesionó durante años, fueron unas piernas de mujer vestidas con unas gruesas medias negras.
Quizás mi curiosidad casi infantil me hizo dirigir la mirada hacia el lugar del accidente y en décimas de segundo vi aquel amasijo y en el suelo a la pobre mujer muerta tapada hasta las rodillas con una manta.
No podía ir por la casa a oscuras. Dormía tapada hasta las cejas, pero al cerrar los ojos sólo podía ver aquellas piernas de mujer.
Aun hoy sigo recordándolas aunque naturalmente ya ni me obsesionan ni atemorizan, aunque lo recuerdo clarísimamente.

Enseguida voy a retomar mis años de instituto cuya evocación ha derivado en este otro macabro tema.
CONTINUARÁ

2 comentarios:

Inma dijo...

¡Que recuerdos! ¿verdad?. De pequeña al igual que se magnifica todo mas, las cosas pueden llegar a marcar de por vida. Aunque el recuerdo de las piernas de medias negras ya no te den miedo, siguen ahí en tu recuerdo.
Sigue contando cosas de tus maravillosos años, me gusta.
Un beso.

Anónimo dijo...

Estoy en ello pero llevo unos días pelín atareada. En breve seguirán las historias y recetas.

Un besote.

Marisa

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