Pues
sí, si Santa Águeda levantara la cabeza, además de darse un susto -y un golpe
en la frente con la tapa de la caja- atizaría una buena reprimenda a muchas de
las mujeres que celebran actualmente su fiesta en la forma que lo hacen.
Santa
Águeda, Virgen y mártir, patrona de las mujeres y a cuya cofradía sólo podían
pertenecer las casadas. ¿Contradicción? En todo caso, ya se le está poniendo
remedio; en muchos lugares ya permiten ser cofrades a las solteras.
Si
verdaderamente merece la pena luchar y trabajar, es por las recompensas que
recibimos, una de ellas y no menos importante que las demás alegrías de la
vida, es la que nos llega en forma de fiestas, de risas, de buenos ratos con la
familia y naturalmente con los amigos. Eso es lo que yo opino y en esto como en
todo, lo hago con conocimiento y por qué no; porque me da la gana escribir
sobre esto ¡faltaría más!
Es
evidente que celebrar “Las Águedas” con el carácter reivindicativo que tenían
antiguamente, ya no sería razonable, porque antes, las mujeres casadas, sobre
todo las que habitaban en ciudades pequeñas o mucho peor, en pueblos, vivían
sometidas a la rigidez del marido (no diré tiranía, aunque en muchos casos lo
fuera) y sólo tenían al año el 5 de febrero para tomar “la vara de mando” en
sus casas y “hacer lo que quisieran” porque ese día, “mandaban ellas”.
Ilusas/os.
Afortunadamente
en la actualidad, la mayoría de los maridos tienen la mente mucho más abierta
que sus congéneres antepasados y las mujeres no tienen que esperar a que sea
Santa Águeda para divertirse reuniéndose con sus amigas o celebrar incluso
“comidas de empresa” por navidad, aunque no trabajen fuera del hogar.
Las
Águedas se pueden celebrar de muchas formas. Reunirse en masa y hasta sacar un
poco los pies del tiesto no es tan criticable, pero perder la dignidad es
demasiado. Mucho peor escudándose en una cofradía religiosa.
Evidentemente
no en todos los casos es como a continuación voy a seguir relatando, y lo
explico para que nadie se me tire a la yugular. Si ahora la mujer se reúne con
sus amigas cuando quiere (o cuando su tiempo libre y deseo lo permiten), lo de
lanzarse en bandadas a la calle alborotando como locas, está llegando a
convertir las Águedas en un esperpento donde muchas se pierden el respeto a sí
mismas, ridiculizando su condición de mujer.
Terminar
la “aguedada” en un espectáculo de “boys”, parece que se está convirtiendo en
algo demasiado “tradicional”. Es como si cada vez que sus maridos se reúnen con
los amigos, terminaran la fiesta borrachos como cubas y perdiendo mucho más que
los papeles en una barra americana.
Muchas
aprovechan también para airear el pellejeo de los abrigos, y de alguna que otra
ropa, a ser posible novedosa a la vista de sus amigas, o para adornarse como un
árbol navideño con todo el joyerío que les cabe en los dedos, las muñecas y el
pescuezo.
Otras
–sobre todo en los pueblos- festejan vestidas con el hermosísimo traje regional
castellano; algunos de valor incalculable por antigüedad y elaboración artesana
y en otros casos meros disfraces de carnaval. En esto como en todo, también hay
categoría no tanto del traje como de quien lo viste.
También
hay otras mujeres que, por no engalanarse con el pesado traje castellano,
simplemente arrastran por el suelo de su pueblo los flecos de un mantón de
Manila que no saben portar. Mantón en ocasiones heredado; fruto de algún regalo
o comprado en Canarias que “sale mu bien de precio, y total pa un día…”
Que
a una mujer peyorativamente le denominen “Maruja” -si ese no fuera su nombre
propio- es signo de menosprecio y por eso no me gusta en absoluto emplear tal
término, pero en muchas ocasiones, celebrar las Águedas, le pese a quien le
pese, es más “marujeo” que otra cosa.
Hago hincapié y repito que esto ocurre “en
ocasiones”, porque meter a todas las mujeres “Aguedonas” en el mismo saco, no
me parecería justo.
Durante
unos pocos años, -allá por el lejano 2003- he pertenecido a la cofradía de
Santa Águeda en Alaejos, aunque mi leve incursión en ella no pasó de asistir un
par de veces a las vísperas, comida y posterior baile el propio día de la santa.
La “escusa” por la que me apunté dejó de existir y me borré.
De
aquellos pocos años recuerdo que la primera reunión comenzaba alrededor de las
cinco de la tarde en la iglesia para celebrar “las vísperas” y luego las
cofrades con los estandartes, seguidos de la música y el alegre bailoteo de
quienes tienen cuerpo o deseo de ello, recorrían algunas calles del pueblo
hasta llegar a la casa de quien sería la mayordoma durante las fiestas en honor
de la patrona.
La
anfitriona recibe la vara y el pendón de alcaldesa y al resto de cofrades, con
música y una hoguera a la puerta de su vivienda, mientras obsequia a las
asistentes con pastas, limonada y en muchos casos algo más que un simple
“picoteo”, que en esto también hizo su aparición la “competencia” y por temor
al critiqueo, o por no ser menos que sus predecesoras, no escatiman en gastos
para el convite aunque tengan que dejar medio sueldo en toda clase de bebidas y
bocaditos, sin tener en cuenta que van a ser criticadas igualmente: Si se
quedan cortas, las tildarán de roñosas y si sobrepasan el gasto pretendiendo
“destacar por rumbosas”, se les tachará de exagerada y de querer “ser más que
nadie”. Por tanto, que cada una haga lo que mejor le convenga a su economía
familiar, porque en cualquier caso va a ser juzgada con idéntica dureza. Y esto
no me lo puede negar nadie. Las humanas (y humanos) somos así desde que el
mundo es mundo y nadie logró cambiarnos.
Si
alguien no está de acuerdo, ruego que me argumente lo contrario. Me gusta saber
el punto de vista de quienes me leen.
Continuo:
tras ese primer “picoteo” muchas de las asistentes desaparecerán camino de sus
casas a preparar la cena al marido; si es que no tuvo la precaución de dejarle
algo preparado. (En esto ha cambiado poco la tradición).
Finalmente,
el grueso de la reunión, se traslada a otro lugar, aunque sin música ni
pendones (estandartes), para seguir junto a todas las demás cofrades, comiloneando
en otro refresco-merienda, costeada en este caso con parte de las cuotas que
pagan las Aguedonas –como debe de ser-.
Tras
en empance, se desperdigan ya en grupos más reducidos, hasta ocupar alguno de
los bares del pueblo para tomar café copa y lo que cada una tenga por
costumbre.
Las
que fueron a poner la cena, suelen ser las primeras en desaparecer y para no
abusar de la benevolencia del marido, regresar a sus casas a continuar la
fiesta bostezando aburridas a su lado, tumbadas en su sofá mirando la tele, porque
–aunque su hombre no la tenga en cuenta- se siente
tranquilo de verla de regreso… por si algo se le pueda ofrecer al hombre.
Al
día siguiente, para celebrar “como dios manda” la fiesta comienza con la misa y
posterior procesión, donde se pasea por las calles del pueblo a Santa Águeda,
bailando en su honor a ritmo de jota y pasodoble.
Tras
la procesión… a poner la comida al marido unas, y otras a tomar vermú para
hacer tiempo hasta la hora de comer en un restaurante pactado, donde a los
postres, llega la orquesta para tocar algunas piezas, para goce, disfrute y
desfogue –bien por ellas- de las muchas bailonas que hay en mi querido pueblo.
Al
término del susodicho baile, una visitita a casa para cambiarse de ropa, (sobre
todo de tacones) y darse una refrescadita mientras se le sirve de nuevo la cena
al marido.
Después
para continuar la fiesta, se celebra un baile que las cofrades se regalan a sí
mismas y a su vez invitan a quienes no lo son, para que acudan al salón social
a bailar hasta que el tiempo aguante; que, en muchos casos, no es tanto porque
alguna llega a casa a gatas… Nada que no se pueda “confesar”. Aquí Santa Águeda
pondría buena nota a la mayoría de sus cofrades… o cofradas, que diría aquella
antigua ministra de igualdad.
Afortunadamente
en Alaejos, y seguramente en otros muchos sitios, -pero sólo hablo de lo que
conozco- la esencia de esta tradición no se ha desvirtuado tanto como en esta
bonita ciudad donde veo el sol cada mañana que no hay niebla –que dicho sea de
paso, aquí la tradición de Águedas no es tan ancestral- o en otras tantas
ciudades cuyas calles son invadidas por mujeres en grupo, alborotadas, gritando
desmesuradamente como niñas, cuando la mayoría tiñen canas y maquillan arrugas,
sobre todo en el sentido común.
Señoras:
en Águedas, no vale todo, mucho menos perder la dignidad como mujer. No
despierta admiración vuestra algarabía, tan sólo lástima y reproche de muchas
mujeres, por vuestra apología del marujismo más descerebrado e inculto.
También
en esto, como en todo, que no se den por aludidas quienes no actúan de la forma
bochornosa que he mencionado, a ellas no va dirigida esta crítica, pero sí, por
ellas escribí con respeto esta crónica.
Desde
hace unos pocos años, las cofrades de Alaejos celebran reuniones de
hermanamiento entre pueblos el día de la víspera.
Cada
año un pueblo ejerce de anfitrión y las Aguedonas del lugar, se afanan en
agasajar a sus visitantes con un refresco con pinchoteo y bailes típicos de la
región.
Es
una buena forma de festejar a la patrona de las mujeres y de aunar o al menos
de conocer las diferentes formas de celebrarlo en los distintos pueblos de la
comarca.
Dudo
que esta fiesta sea solamente una manifestación religiosa, mucho menos
reivindicativa sobre los derechos de la mujer, la verdad no lo creo, aunque de
ello habría tanto que hablar, que será en otro momento.
Con
todo mi cariño para quienes no se darán por aludidas al leer esta crítica que
huele a fogones, porque la he escrito mientras preparaba la comida. (Sabido es
que las mujeres podemos hacer más de una cosa al mismo tiempo y a fe que soy
excelente ejemplo de ello).
¡Ah!,
por si alguien lo pensó al leer las primeras líneas de esta crítica y aun así
continuó leyendo (gracias); me parece mucho más irreverente cómo se celebra su
fiesta en determinados casos, que el simpático apunte del susto de la Santa si
levantara la cabeza.
Feliz
día de la patrona de las mujeres, la diversión y el buen rollo, celébrese a
quien se celebre y hónrese a quien se honre… Siempre que con ello no denigre la
buena imagen de quienes, por el mismo placer y respeto, no celebramos este
evento, siendo igual de mujeres reivindicativas que las que por su deseo lo
disfrutan.
Hoy 5 de febrero de 2024 vuelvo a reeditar esta crítica y añado aquí el comentario que en su día me envió Mari Herrera.
Lo hago a modo de homenaje porque hace algunos años que no está entre nosotros.
Besos al cielo Mari Herrera Santana. Gran mujer.
Mari dijo...
Marisa: yo pienso
que Sta. Águeda ha cambiado bastante. Aunque parezca una fiesta fribola, yo
pienso que lo importante es que las mujeres nos reunamos, disfrutemos, bailemos
etc. Lo de menos es si critican o no, a mi al menos no me importa aunque no me
gusta hacer el ridículo. Yo soy feliz ese día
12 enero, 2016 23:02
Marisa Pérez Muñoz dijo...
Hola Mari...
Herrera??
Si te das cuenta esta crítica de 2009 está escrita con "fino humor no
exento de acidez".
Es evidente que no pretendo criticar a quien critica porque me estaría
criticando a mí misma... Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra
(mira, sin ir a misa, aún recuerdo frases sacadas de iglesia).
Me alegra que seas feliz ese día, rodeada de la gente que te agrada rodearte.
Hace mucho que dejé de pertenecer a dicha cofradía, pero no reniego del tiempo
en el que pertenecí... disfruté y critiqué como la que más, y la prueba es esta
crítica que acabas de leer.
El título venía a cuento de lo liberadas que afortunadamente estamos ahora las
mujeres y no en tiempos en que esta Santa vivió (siempre que la Santa y sus
vivencias no sean otra pura invención)
Un abrazo Mari
14 enero, 2016 15:20