viernes, 27 de junio de 2008

CURSO “DISEÑO WEB Y MULTIMEDIA” -4 DE OCTUBRE 2006- 6 DE FEBRERO-2007


Original de Enero-2007


Desde que hace años me adentré tímidamente en el mundo de la navegación de Internet, tuve la intención de alguna vez crear mi propia página Web en la que daría a conocer mis inquietudes e ilusiones y compartiría con quienes lo deseasen la experiencia de la vida que haya podido adquirir a lo largo de mis inminentes 50 años.

Consciente de mis enormes limitaciones en el campo del diseño y con la convicción de crear un Web medianamente “visitable”, busqué dónde aprender.
Rellené varias solicitudes en los diferentes lugares que ofrecían cursos de diseño Web y en los dos primeros obtuve un NO como respuesta a la –seguramente nefasta-prueba de acceso.

En la tercera ocasión tuve suerte, quedé en la reserva. Finalmente, dos días después de comenzado el curso, obtuve la deseada respuesta afirmativa y el 4 de Octubre de 2006 fue mi primer día de clase.

Estaba tan ilusionada como nerviosa y tan temerosa como decidida a que no se me notara.

A las 4 de la tarde, me presenté al profesor y como lo primero que le dije era lo mucho que me gusta esto de darle a la tecla, quizás pensó que mis conocimientos eran mucho más amplios de lo que en realidad son.

¡Pobre! no sabía lo que se le venía encima. Y eso que también le expliqué que me cuesta aprender, pero que con constancia lo lograría.

De pronto me encontré en una clase llena de ordenadores y alumnos muchísimo más jóvenes que yo –a poco- y preguntándome ¿¿Qué hago yo aquí??

Los primeros días Alfredo continuaba impartiendo clases de aburrida teoría en las que a veces me costaba mantener los ojos abiertos; sin duda por mi falta de costumbre de estar tanto rato escuchando algo que me sonaba a perfecto chino.

Hasta entonces había “navegado” sola y prácticamente a la deriva. Mis escasos conocimientos no eran ni mucho menos suficientes para estar a la altura del resto de la clase o simplemente para estar a la altura del listón que siempre marco en mi vida.

Me seguía sintiendo como un “bicho raro”. En mi entorno de amigos, lo soy por “entender mucho de ordenadores”… ya se sabe que en el país de los ciegos el tuerto es el rey.
Aquí soy el bicho raro por no saber absolutamente nada.
Menos mal que siempre he tenido los pies sobre al tierra y soy muy consciente de lo que es “saber” o inquietud y tesón por aprender y de esto segundo me sobra.

Reconozco que en al primera práctica estuve a punto de tirar la toalla consciente del espantoso ridículo que iba a hacer al presentar un trabajo horroroso, digno casi de un bebé, que tengas unos poquitos conocimientos informáticos.
David; mi casi compañero de escritorio, siempre me ayudó con la mejor de sus sonrisas. No sabe hasta que punto fue importante esa ayuda para mi precaria “autoestima”.
También ha sido muy importante Ana, porque apoyándonos la una en la otra hemos ido sacando adelante las prácticas, y por supuesto el resto de compañeros –incluido naturalmente el profe- que me han acogido como a una más.

En aquella primera práctica; enrosqué esa “toalla” en lo más profundo de mi pundonor y no la lancé porque no me lo habría perdonado jamás. Me había costado mucho conseguir plaza en aquel curso y no la iba a desperdiciar.

Se que nunca podré acercarme ni en sueños a la imaginación y el maravilloso trabajo de creación y diseño que algunos de mis compañeros realizan. Me conformo con aprender a manejar ligeramente los programas y poder crear una página Web digna y a la que apetezca visitar asiduamente.

Lo de trabajar profesionalmente en ello nunca fue mi meta.
Mis compañeros merecen ese premio a su inteligencia. La recompensa a mi esfuerzo estimo que ya la logré.

viernes, 20 de junio de 2008

MI ESCUELA


A LAS ESCUELAS DE ALAEJOS-
EN LA CELEBRACIÓN DEL 75 ANIVERSARIO DE SU INAUGURACIÓN

Por Marisa Pérez Muñoz (Ex alumna)


Dedicado con especial cariño a todos los alumnos y profesores que durante estos 75 años, alguna vez formaron parte de mi escuela.

Mucho se ha hablado estos meses, de mil historias añejas;
De recuerdos acuñados vividos en esta escuela
Que celebra en niños nuevos, lo que otros niños vivieran
Pues al pasar de los años lo que fue hermoso regresa.

Voy a dirigirme a ti; nuevo alumno de mi escuela
Para decirte orgullosa, que también fui parte de ella.
Aunque pasó mucho tiempo recordé siempre esa época
Que fue pilar de un futuro forjado por mis maestras.

Para ser buenas personas y gozar la vida plena
Has de guardar cual tesoro lo que aprendiste en la escuela
Aquello que te enseñaron los maestros y maestras
Que dedicaron sus vidas para formas bien las nuestras.

Antes que tú en estas aulas, por muchas generaciones
Aprovechamos lecciones otros niños de Alaejos
Y en el patio que ahora juegas disfrutaron el recreo
Cuando tenían tus años, tus padres y tus abuelos.

Quizás no había columpios, toboganes; ¡Qué más da!
Jugábamos con canicas, alfileres o al pillar
Y aquí encontramos amigos difíciles de olvidar
Porque en esta escuela niños ¡¡Qué bonito fue estudiar!!

Si estas paredes hablaran, ¡tendrían tanto que contar!

sábado, 7 de junio de 2008

EXCURSIÓN TORCIDA A LAS TUERCES


13-Abril-2008
Bien sabido es, que nunca llueve a gusto de todos. El pasado domingo 13 de abril llovió a gusto de ninguno de los que llenamos el autobús que partía puntual de Alaejos en busca de las tordesillanas y vallisoletanos, que lo tomamos igual de puntualmente en la Feria de Muestras.

A nuestros organizadores, siempre pendientes de hacer las cosas lo mejor que pueden, se les olvidó contratar buen tiempo ¡y así nos fue!

Hemos sufrido uno de los inviernos más secos que se recuerdan; dicen que a causa del cambio climático, al que ahora culpan de demasiadas cosas, porque toda la vida de dios he oído decir que el tiempo estaba loco; eso sí, ahora está más que demente. La mayoría de los pantanos están bajo mínimos y el agua tan necesaria siempre para casi todo en la vida, escasea alarmantemente. Aun así, no nos alegró que las nubes hicieran coincidir la descarga con nuestra esperada primera excursión 2008.

Habíamos emprendido el viaje, alegres y confiados en que “el hombre del tiempo” volviera a equivocarse en la predicción y esta vez no fue así; acertó de pleno.

La primera parada la hicimos en Alar del Rey, más concretamente, en el restaurante “La Cueva”. Al bajar del autocar ya pudimos comprobar que la temperatura era sensiblemente inferior a la que habíamos dejado atrás.

Pocos kilómetros más adelante, en Valoria de Aguilar, Gerardo “sutilmente” nos instó a abandonar el autobús para proceder al cambio de la ropa “de calle” por los maillots que iban a utilizar en la etapa ciclista de esta excursión.

Siete fueron las bicis, siete los ciclistas a los que ni siquiera aplaudimos la salida como suele ser habitual, porque el aire frío nos gritaba que regresáramos al calentito vehículo. Por ese mismo aire frío y porque acabábamos de tomar el café no bajamos neveras –como también suele ser habitual en el comienzo de etapa.

Muy poco después, en “Villaescusa de las Torres” el autocar detuvo su marcha para que los senderistas iniciaran su recorrido.

La revista del club 2008 advertía de la dificultad alta del sendero, circunstancia que, unida al cielo encapotado, viento intenso y alternativa sugerente de recorrer el románico palentino, nos dejó a los menos osados clavaditos al asiento. Aun así no fueron pocos los senderistas que esta vez tuvieron mucho que contar de su precioso recorrido.

Es evidente que los menos atrevidos, además de no hacer el beneficioso ejercicio que supone pedalear o caminar a campo abierto, también nos perdemos las imágenes de los paisajes y el perfume campestre que ofrece nuestra variadísima geografía española.

Afortunadamente, -y aunque no es lo mismo- gracias a nuestros amigos podremos disfrutar de las múltiples fotografías que siempre nos traen de regalo.

No habíamos recorrido el primer kilómetro desde que nos separamos cuando comenzó a chispear, con el consiguiente disgusto de los que habíamos quedado en el autocar, pensando en cómo podrían guarecerse si la lluvia se hacía tan intensa como prometían las oscuras nubes.

Al llegar a San Andrés del Arroyo, tampoco desneveramos los bajos del autocar. Pienso que, de alguna manera, lo desapacible del tiempo nos había quitado el apetito. Esperamos diez minutos hasta que a las 12 nos permitieron la visita al Monasterio de San Andrés, perfectamente descrito en la página 46 de la revista del club 2008.

Fuimos recibidos por “Sor chubasquero”, una amable monja que explicaba los datos técnicos del precioso claustro y sus aledaños.

Ciertamente era tan hermoso como frío el lugar. Me consta que la mayoría deseábamos que la monja lo hubiera explicado con menos detalles “superfluos”, con tal de salir antes de aquella preciosa nevera.

Nuevamente en el autocar, recorrimos algunos pueblecitos en los que no nos apeamos, porque desde las amplias ventanillas del vehículo podíamos disfrutar de las obras románicas salpicadas en ellos.

Sobre las dos de la tarde llegamos a un pequeño pueblo llamado Villallano, que nos recibió con tímido sol y donde ya habían llegado los ciclistas y senderistas.

Los senderistas sí llegaron hasta Las Tuerces pero, en cambio, los ciclistas tomaron una subida equivocada y fueron a parar a un altozano que nada tenía que ver con el paraje que buscaban. La dificultad del terreno y la ausencia de pista les hizo bajar de la bici en más de una ocasión para hacer tramos a pie entre piedras y matorrales. Incluso se sintieron perdidos y desorientados, según contaron. Para colmo de infortunios Gerardo se cayó en una bajada y se golpeó en las costillas.

Tras desandar parte del camino, llegaron hasta un pueblecito prácticamente deshabitado y custodiado por un castillo en ruinas. Preguntaron a un vecino dónde estaban y éste, pensando que le tomaban el pelo, se fue sin responder. Un cartel explicativo próximo a un centro de turismo rural les facilitó las pistas necesarias para saber que el pueblecito se llamaba Gama.

Sorprendidos, entre risas e ironías y una vez orientados, tomaron la carretera que después de 4 km les condujo hasta el punto de encuentro con el resto de excursionistas en Villallano.

Unos se quedaron a comer en el único restaurante que había y otros se adentraron en el pueblo para buscar algún sitio adecuado al aire libre donde poder dar cuenta de la comida que llevaban. Como no había nada mínimamente aceptable y amenazaba lluvia, la mayor parte del grupo regresó al autocar. El conductor se iba a ir a comer a Aguilar y entonces optaron por aprovechar el viaje. Les resultó difícil encontrar un sitio cubierto donde les dejaran abrir las neveras y fiambreras. Finalmente comieron en el restaurante del camping, a unos km de Aguilar.

Mientras tanto, en Villallano, mis amigos y yo, temiendo que pudiera llover, buscamos un lugar donde comer sin mojarnos. En este pueblo sólo había un bar: “Restaurante Ticiano” y como llevábamos las neveras preguntamos si podríamos comer allí: cosa habitual y permitida con agrado en algunos otros lugares con climatología tan adversa como la que estábamos viviendo en la presente.

La inquieta muchacha que atendía las mesas nos dijo que sí, que podríamos hacerlo. Le pedimos la bebida y nos ofreció la carta de vinos. Los precios no eran precisamente asequibles: iba a costarnos el vino tanto como toda la comida que llevábamos (incluido el choricito, salchichón y “torresnos” alaejano-caseros que no tienen precio). Aun así, no nos importaba pagar lo que fuera con tal de comer tranquilos en el único lugar medianamente lógico que había en aquel pueblito palentino de no más de 50 habitantes.

Cuando comenzamos a poner sobre la mesa las viandas, la inquietud de la chica se convirtió en desagradable gesto diciendo que le parecía una falta de educación que, siendo “ella” restaurante, fuéramos a comer allí.

Mire, “persona Restaurante Ticiano”. No sé si es usted señora o señorita y por eso no me dirijo a usted en esos términos; pero sí lo hago con la ilusión de que desde mi Blog o en la propia revista del club 2009 pueda usted leer esta crónica. Espero contribuir a su buen juicio la próxima vez que se encuentre en parecida situación.

No se puede ofender tachando de “mal educados” a quienes pedimos autorización y pensábamos consumir bebidas y cafés, sobre todo cuando ese permiso nos fue concedido sin objeciones por usted misma “doña Restaurante Ticiano”.

Si después de hacerlo su jefe le pegó la bronca, no es nuestra culpa. Hubiera sido infinitamente mejor decirlo así: “lo siento, pero el jefe no me permite tomar decisiones por mi cuenta” o “Por favor, no ocupen demasiado tiempo las mesas porque hoy estamos completos”. Cualquier cosa menos lo que hizo la “mujer joven Restaurante Ticiano”, a la que recomiendo que la próxima vez sea más consecuente con lo que permite y sobre todo, que no llame a nadie mal educado si no entendió algo de la frase: “ya sabemos que ustedes ponen comidas, pero ¿pidiendo las bebidas nos permitiría tomar la nuestra aquí?”.

Naturalmente nosotros, contrariados pero con exquisita educación, dejamos libres aquellas mesas que se nos ofrecieron y después se nos negaron con semejante descaro y mala educación por la empleada de “Restaurante Ticiano”. Lugar al que, obviamente, nunca volveré ni le recomendaré a nadie.

Preguntamos a una amable señora si había algún bar o restaurante más en el pueblo o si vendían pan cerca de allí. Nada, ni lo uno ni lo otro.

En el recodo de una calle vimos un banco de madera que nos pareció buen sitio. Colocamos los manteles en el suelo, que a falta de hierba bueno es asfalto, y los llenamos de rica comida intacta hasta aquel momento.

Acertó a pasar por allí la amable señora. Como la conocíamos de poco antes habíamos entablado casi amistad con ella y la invitamos a tomar algo con nosotros. Negó divertida y amablemente y se alejó de allí deseándonos suerte para que no lloviera durante nuestra comida.

Apenas comenzamos a saciar el hambre que acuñamos durante la mañana cuando la lluvia, haciendo caso omiso al deseo de la buena mujer, nos honró con su presencia: ¡no había mejor momento!

Recogimos como los “top manta” y miramos donde guarecernos del aguacero. Nada, no había donde; sólo una especie de sotechado bajo una vivienda, con el suelo lleno de puchas y más corriente que una central eléctrica, que invitaba a cualquier cosa menos a quedarse allí comiendo, por eso no nos quedó más remedio que aventurarnos y seguir buscando donde resguardarnos.

De pronto encontramos una bonita casa cuya puerta trasera estaba abierta. Eli, nuestra “gaditalaejana”, además de un encanto es muy decidida. Se acercó a aquella puerta y llamó para pedir “posada” durante el chaparrón. Casualmente la dueña de aquella casa era nuestra nueva “amiga” que encontró solución rápidamente. Dejó lo que quiera que estuviera haciendo, corrió bajo la lluvia hasta la casa del alcalde para pedirle una llave y no dudó en acompañarnos a “la escuelita”, un buen local con mesas, sillas, aseos, agua, luz y sobre todo ¡techo!

Enseguida llegó el alcalde, tan amable como su convecina, para ofrecernos lo que fuera necesario.

Desde aquí nuestro agradecimiento a Francisco Javier y Encarnita, dos buenas personas que sin conocernos de nada, confiaron en los doce ruidosos, hambrientos y mojados excursionistas que acabábamos de llegar a su pueblo: Villallano.

Terminamos de comer, buscamos una escoba y limpiamos las migas que pudiéramos haber caído. Queríamos agradecer el gesto de Javier y Encarnita dejando el local tan perfecto como lo encontramos.

Durante la sobremesa salimos a la puerta para disfrutar del solecito que se había dignado lucir, pero las tercas nubes, negras como nuestra suerte, lo taparon por completo y comenzó a granizar y a llover con fuerza hasta las cuatro de la tarde, en que nos rescató el autocar para llevarnos a Revilla de Pomar. Allí teníamos programado visitar la cueva de los Franceses.

No teníamos más remedio que esperar para entrar en la cueva a la que sólo podían acceder como máximo 25 personas en cada turno. En el páramo donde está la citada cueva hacía un viento fortísimo, que nos impedía disfrutar del bonito entorno fuera del vehículo.

También teníamos previsto para aprovechar la espera, ir caminando hasta el cercano “Mirador de Valcabado”; y de no haber sido porque nos acercó el autocar, nos habríamos perdido la magnífica vista del hermosísimo paisaje del que disfrutamos muy poco tiempo, porque nos tiraba el viento y amenazaba con caer el diluvio universal.

Ese paisaje se asemejaba a la maqueta de un gran Belén navideño, al que sólo le faltaban los pastores, animalitos, los reyes, el misterio y el cagón. Todo lo demás lo tenía: montañas, nubes de algodón, agua, casitas, arbolitos; incluso los molinos de viento, aunque estos eran los modernos armatostes que aprovechan la energía eólica.

En pocos segundos comenzó a granizar fuertemente seguido de una intensa nevada que, en menos de diez minutos, había cuajado, para sorpresa del primer “turno de cueva”, que había bajado luciendo levemente el sol y al salir se encontró con una bonita postal navideña.

Ellos tuvieron menos suerte puesto que, mientras que nosotros bajábamos a la cueva, el autocar hizo idéntico recorrido al mirador, pero lo encontraron cubierto de una espesa niebla que les tapaba completamente la vista que acabábamos de contemplar.

A las seis y veinte de la tarde terminaron nuestros veinte minutos de visita a la cueva. Lucía tímidamente el sol y la nieve estaba prácticamente derretida… ¡¡caprichos del clima!!

De nuevo en el autocar, Gerardo nos deseó feliz y merecida siesta para el camino de regreso que duró poco más de dos horas.

Valladolid también nos recibió con fuerte lluvia que afortunadamente había cesado en el momento de recoger las mochilas.

Esta vez no gozamos de buen tiempo pero, como siempre, sí de gratísima compañía. La misma de la que esperamos disfrutar durante otras muchas excursiones, con mejor temperatura y sin aguaceros que nos desmotiven e impidan realizar todo el programa, como desafortunadamente ocurrió este día.
Si quieres leer la crónica en verso, pincha aquí

COMIDA NAVIDEÑA CON MIS EX-COMPAÑERAS DE TRABAJO

(Original de -16-12-2007)

Porque nunca fue culpable aquel que molestóse en buscar el acomodo; pues que con buena intención buscó aquello que creyó, idóneo y más apropiado; no matar al mensajero, pues juro que no “ensajero” al contar lo que ocurriera, en la reunión anual de mujeres ex “Zaideras”, que felices acudimos con nuestras mejores galas, de comer bastantes ganas, y ganas más, aun de estar; animadas y contentas… y felices, sentamos las posaderas en cómodos butacones, relamiéndonos de gusto, sin intuir el disgusto, que llegara con la cuenta.

Llenamos de algarabía el local, que con gran lujo, nos recibió bien montado y prestas fuimos servidas “al pun”, de habernos sentado.
Dos camareras servían y también un camarero. Ligeros sobre la mesa van colocando animosos, platos de jamón “raseros”. No uno para cada una, pues eran para “picar” y un plato era demasiado para cada comensal.

En cantidad parecida llegó a la mesa sonriendo, un platito de morcilla y luego uno de pimientos que en nada se parecían a variados entremeses de embutidos contratados… yo, no quise comer mucho, para no llenar el buche, rápido, de un estacazo.

Pero sin más, nos sirvieron humeantes y asaditos, tres platitos de lechazo y dos trébedes de leña con cuatro o cinco chuletas, que también fueron servidas calientes… y secas sobre la mesa.
Cinco cuenquitos de barro con una simple ensalada, repartiendo para quince, dos tomates; y una lechuga estirada, que por no traer más trastos, la sirvieron aliñada.

Me entretuve en hacer fotos para el recuerdo bonito y cuando pude sentarme, -todavía no me lo explico- habían limpiado la mesa y el postre estaba servido; sin cubiertos; que los habían recogido.

Un gran plato con variados, pasteles y pastelillos; unas poquitas cerezas; tarta de hojaldre exquisito… para degustar a una, de una en una era el surtido… tan escaso estaba el plato, que tuvimos que decirlo y nos trajeron un trozo, de tarta mal repartido.

También nos fueron servidas cinco botellas de vino, cuatro de agua; 15 raciones de pan, un café templau con leche… y entonces pensé ¿ya está?

Nos pusieron de regalo quince vasos con chupito y rosquillitas en cestos, que dijeron mis amigas; ¡Llevémoslas para luego!

No había comido mucho y en verdad me daba igual, pero no pensé lo mismo cuando tuve que pagar.

Cuarenta y cinco del ala; por barba, no pienses mal. Casi setecientos euros se endosaba aquel local, elegante, iluminado, ostentoso, y el lujo ya se que lo he de pagar, pero comida poquita y juro que esto es verdad, que si divido entre quince, lo invertido en estas viandas, más de 10 salieron gratis y nosotras; catorce… muy disgustadas.

Parecían tener prisa de vernos salir del sitio, no alargamos sobremesa, ni robamos los servicios, pues ni mucho, ni variado, ni exquisito. Ni el lechazo bien asado lo degustado en tal precio, mas, por ser bien educadas, chitón, en esos momentos, que juramos no volver al “Figón de Recoletos”.

No es queja pa quien buscó, el lugar que creyó bueno, por eso le doy las gracias… y una mierda para el dueño.

CONTESTACIÓN A LA CONTESTACIÓN

(Respuesta al comentario adjunto)

No me gusta que me cuelgues, fama de lengua afilada, pues más soy apasionada, vehemente y con dos dedos de frente, a la hora de gastarme los caudales, pues que nunca he acuñado dinerales, siempre supe de alternar; tengo a gusto y educado el paladar y “paladar” mi opinión, cuando buena; es vehemente, y si mala mereciera, mi descaro y mi delirio y en el caso del domingo aunque no oses admitirio, por más que esfuerzo pusiere en suavizar el agravio, todas disgusto acuñamos y ninguna protestamos por respeto a tu cuñado.
Pienso que quedó clarito cuando critiqué sincera, que ni fue gran cantidad, ni la comida era buena, ni variados los manjares, ni el lechazo de primera y en comparando en pasados, años de mismas reuniones, comimos con dos cojones, en locales luminosos, bien servido, bien surtido y al final de lo acordado, para ganar clientela, en otro establecimiento donde el acto aconteciera, nos quisieron obsequiar de champán varias botellas, aunque la cuantía final, jamás fue tan usurera.
En el maldito Figón, no era ibérico el jamón; aunque quizás la morcilla si llevaba en su interior, pepitas de oro escondidas. Lo único cierto y no miento, aunque la rima ya esperes; ¡estaba bueno el pimiento! Muy escaso, ciertamente y las chuletas calientes serviditas sobre brasas, secas, pequeñas y escasas, como escaso era el lechazo para quince hambrientas bocas y aunque nos tachen de locas, muchas raciones faltaron y si timo es fea palabra, pues amiga: ¡nos timaron!
En el precio contratado incluyeron los manteles; y lavarlos. Los platos; también limpiarlos, el sueldo de quien sirvió, con más premura que aprieto, que éramos quince comiendo y raciones vive dios, faltaron en el recuento, pero no faltó ninguna en pagar lo que pidieron, que hasta los postres escasos al pedir reclamación sirvieron trozos de tarta, sobrados de otra ocasión.
No pensé que en la receta iba incluida del dueño, de su casa la hipoteca, la piscina, sus amantes; pues de haber sabido antes, que servirían tan poquito, para no quedar canina, al salir de mi cocina, habría llevau bocadillo.
Y si tienen por costumbre cobrar lo que me has contado, por culo les vayan dando que de mi no se reirán, ya buscaré otro acomodo, pa comer de mejor modo, limpio, abundante y de buena calidad, y si van los concejales, el alcalde y hasta en pleno la guardia municipal, que no suban los impuestos, que no nos hagan llorar, para pagar los caprichos del avaro “ladronzuelo” que es dueño de aquel local, que ayer regalé una mierda y hoy le mando muchas más.

LA PANTOJA MORBO O ADMIRACIÓN

 

LA PANTOJA Y SUS CIRCUNSTANCIAS- ¿MORBO O ADMIRACIÓN? VALLADOLID-12-MAYO-2007

 ( Original de 12-MAYO-2007  Publicada 07-06-2008)

Por la exagerada difusión en todas las cadenas de televisión, supongo que a nadie ha dejado indiferente el concierto que Isabel Pantoja ha ofrecido  el sábado 12 de Mayo en la plaza mayor de Valladolid.

Me pregunto si ese concierto hubiera tenido el mismo éxito y coste de no haberse dado la circunstancia de la reciente detención de la cantante acusada de tener imán en las manos a las que se le han pegado –presuntamente- los desmanes de su actual pareja. Aunque ella no sabía nada de tales “desmanes”. Se ve que –presuntamente- firmaba documentos a su nombre y nadaba en la abundancia porque el dinero en su casa aparece por arte de magia… o algo así. ¡Pobre! En este caso sólo podría acusársele de ingenua ¿no? Y eso no es delito, ni la ingenuidad ni el enamoramiento, porque delito, podría ser haberse enamorado –presuntamente-  de un señor de porte tan apuesto y gentil que no suda nunca y seguramente tampoco ronca.

Bromas aparte; siempre he defendido que los famosos lo son en los trabajos que les hayan llevado a serlo, pero una vez despojados de sus aderezos, lo que queda es un ser humano con vida privada, defectos y virtudes que sólo le atañen a él.

En este caso, cuando la Pantoja se quita la bata de cola; la conducta de la señora Isabel parece que no es tan intachable.

Esto no debe influir en el deseo de sus admiradores de verla actuar sobre un escenario. Lo que ya no me parece correcto es que su caché haya ascendido notablemente debido precisamente a esa circunstancia y que ese caché, -presuntamente- salga en buena parte de los impuestos que pagamos la gente honrada de Valladolid –en este caso-.

También en este caso, -presuntamente- además del caché, han salido  de mis impuestos los sueldos extra de los policías “extras” que velaron por la seguridad de la cantante… y de los asistentes.

¿Alguien ha calculado que esa misma policía la necesitamos a diario? ¿Desde cuándo el morbo merece más medidas de seguridad que cualquier otro evento ciudadano? o incluso de la seguridad diaria en las ciudades.

No nos engañemos. De no haber sido por su reciente ingreso en prisión para declarar por presunto apropiamiento de los muchos dineros ajenos, la cantante Isabel Pantoja –presuntamente- no habría cobrado tanto, ni su actuación hubiera levantado “tantas pasiones”.

No quiero decir que no tenga admiradores, pero estoy segura que la mayoría de las personas que se acercaron a la plaza mayor durante el día y muchas de las que se quedaron a ver el concierto, lo hicieron más por curiosidad y por salir en algunos de los muchos medios que  en cantidad desmedida, se encontraban en mi ciudad, que por admiración a la artista.

Sentí vergüenza ajena al ver a todas esas personas; en su mayoría mujeres, como poseídas de algún espíritu tonto que les hacía parecer idiotas en la pantalla jaleando sin sentido. Dando su opinión sin saber realmente lo que decían, pendientes tan sólo de haber logrado su minuto de gloria.

Pantoja supo aprovechar la circunstancia, ofreciendo una de sus mejores actuaciones; y no me refiero solamente a sus canciones.

Con el mismo desparpajo que decía: “dientes, dientes, que es lo que más les jode”, Isabel Pantoja hace ahora gala de sus dotes de actriz y llora para provocar –presuntamente-lástima y llenos en los conciertos, acallando las voces de sus detractores.

Me gustaría saber si esos mismos que le gritaban tan vehementemente  ¡Te queremos! ¡Te queremos! Lo habrían hecho con el mismo ímpetu de no haber estado presente la tele, y si se lo seguirían diciendo si fueran ellos los damnificados por los presuntos desmanes.

Supongo que a la tonadillera le fue fácil decir entre lágrimas ¡Gracias! Y ¡Viva Valladolid! A quienes le vitorearon. ¿Le será igual de sencillo pedir perdón y gritar  ¡Viva Marbella!, si finalmente se prueba su culpabilidad?

Esto que ha visto la Pantoja en Valladolid, no ha sido tanto admiración por su arte como curiosidad y morbo por ver si la lapidaban a tomatazos y huevos o ganas de salir en la tele. Aunque no creo que sea tan ingenua como para no adivinarlo.

Aun así he de agradecer la cordura y educación de mis paisanos para que no se produjera el tiro al blanco que algunos vaticinaban que se efectuaría contra la cantante.

Al menos, ya que Valladolid nunca sale en la tele por nada cultural o agradable, y algunos pucelanos demostraron ser idiotas, también Valladolid demostró que puede ser educada y diferenciar entre ver a su ídolo cantando y no castigar a la persona que cuando baja del escenario es “persona” con sus defectos, sus virtudes y sus ambiciones desmedidas que presuntamente le hace meter la mano donde no debe con tal de vivir en la abundante riqueza sin demasiado esfuerzo.

La señora Isabel Pantoja Martín sabrá lo que hace y por qué lo hace y pagará lo que presuntamente tenga que pagar en cuerpo, alma y desvergüenza, que Isabel Pantoja mientras siga en libertad, seguirá subiendo a un escenario y será aplaudida por su forma de actuar o trabajar, aunque seguramente con mucha más moderación y sosiego.

No estoy en desacuerdo con que se den conciertos gratuitos a un precio razonable acosta de mis impuestos, sólo espero que esos impuestos también sirvan  para cosas más duraderas y efectivas para mi ciudad y quien desee ver a sus ídolos por morbo, que pague la entrada.

INAUGURACIÓN DE UN NUEVO "MERCADONA"

(Original 8 Noviembre de 2006 )
Mercadona es una cadena de supermercados que desde hace algunos años ha comenzado a regar Valladolid de tiendas que ofertan precios bajos y excelente calidad en los productos y el trato al cliente. Así, cada vez que abre un nuevo establecimiento, invita a sus convecinos a conocer las instalaciones y los productos ofreciendo un aperitivo…gratis.

Hoy he asistido a una de esas inauguraciones y no he podido por menos de avergonzarme de pertenecer a la raza humana.
La nueva tienda exhibía sus estantes repletos de mercancía perfectamente ordenada y los pasillos repletos de personas perfectamente atropellándose para ser los primeros en acercarse a algunas de las mesas donde se ofrecían las degustaciones de café, pastas, embutidos y refrescos varios.
Dichas personas; que en su inmensa mayoría peinaban muchas canas; teñidas y acicaladas para la ocasión, se agolpaban dando codazos al diestro y siniestro que se cruzara en su camino.
A “puñaus” cogían, sobre todo el jamón y el lomo, que después con descaro y mal logrado disimulo introducían en sus bolsos o engullían sin hacer trabajar en demasía a sus prótesis dentales.

Los trabajadores de Mercadona con los brazos lo más alto que podían para no manchar a ningún visitante con las bandejas de comida, (y para que la dicha comida pudiera llegar a destino) a duras penas se abrían paso entre la maraña de “tragansales” y no daban abasto para reponer las mesas.
Algunos, con la boca llena, pedían que las bajaran para poder coger “una pastita” y cuando amablemente les contestaban que lo cogiera de la mesa, se quejaban diciendo que en las mesas no había nada. ¡¡Naturalmente, con cuatro como ella, de las mesas pronto no quedaron ni los manteles!! Literalmente fue así, en poco más de treinta minutos habían arrasado con las amplias previsiones que tenían para una recepción de dos horas.
Otra señora caníbal, que seguramente presumirá de “civilizada”, tenía tanta ansia, que incluso llegó a morder en un dedo a una de las empleadas que llevaba varios platos.
La ansiosa glotona, no pudo esperar a coger con sus deditos un pedazo de jamón, acercó su boca al plato y mordió la mano de la muchacha que alucinaba sin poder “agradecer” el detalle como la mujer merecía.
Aunque parezca increíble, así sucedió; doy fe.
Ni los supervivientes de “la tragedia en los Andes” actuaron así después de permanecer diez semanas perdidos en la cordillera sin alimentos.

Otros al ver que los aperitivos se habían acabado, pretendían abrir las cajas de pastas y pasteles que reposaban incrédulas en las estanterías para ser vendidas al día siguiente.

En pocos minutos el suelo del establecimiento quedó convertido en un barrizal de migas y envolturas de bollo y pedazos de pan que los empleados no podían limpiar ocupados en sonreír intentando informar sobre los productos de sus respectivas secciones y retirar los vasos de plástico que los invitados dejaban encima de cualquier estantería en vez de depositarlos en los cubos que al lado de cada mesa habían dispuesto.

Me pareció increíble el espectáculo que ofrecían aquellas ¿personas?, a punto de finalizar el año 2006.
Naturalmente entre tantísimas personas; había varias que se dedicaban a observar la nueva tienda, comparando precios y supongo que tan incrédulos como yo al ver tamaños “desmanes” en nuestros “congéneres”.
Le deseo mucha suerte a este nuevo establecimiento de Mercadona, que para eso era aquella… “fiesta”.

"CUATRO CORAZONES CON FRENO Y MARCHA ATRÁS" ALAEJOS


(Original de 18-MAYO-2006)


Es posible que mi opinión no cuente como crítica, pero quiero darla por cariño y reconocimiento a las personas que se subieron a un escenario con el sólo objetivo de colaborar en la cultura de su pueblo y la satisfacción personal de hacerlo lo mejor que saben… y es mucho.Tras meses de preparación e ilusiones ayer fue el ensayo general de la obra “Cuatro corazones con freno y marcha atrás” que hoy; 18 de mayo de 2006 por fin representaron para sus convecinos.Al ver la obra, olvidé que con algunos de ellos me unen lazos de sangre, con otros de profunda amistad o simplemente les conozco “de toda la vida”. Sobre el escenario vi actores y actrices enfundados en sus personajes y cargados de ilusión por representar lo que con esfuerzo habían ensayado.No es una obra fácil. Son tres actos cargados de humor y complicados diálogos salpicados de palabras y expresiones típicamente alaejanas que enriquecían aun más los textos que escribiera Enrique Jardiel Poncela en 1936.Se movían por el escenario con tanta maestría que parecía que lo hubieran hecho más por profesión durante años que por afición desde hace muy poco tiempo.Entre todos los actores y actrices habían ambientado con esmero el escenario con los distintos decorados que requería cada escena para representar los diferentes actos con que cuenta la obra. Cada uno buscó y arregló los trajes que lucieron a lo largo de la representación con el mismo cuidado e ilusión con que preparan todas y cada una de las actuaciones en que colaboran para engrandecer el futuro y presente del pueblo en el que viven; por eso lo hicieron tan bien. Puedo decir que me sorprendí muy gratamente, pues aunque ya les había visto actuar en alguna pequeña representación, no imaginé que una obra de tal magnitud pudieran llevarla a cabo tan magistralmente.Ellos, me consta, no buscan laureles ni trofeos, tan sólo eso; que se les reconozca el esfuerzo con un aplauso o un simple “gracias” que no siempre llega. Más bien al contrario, todo son piedras en el zapato que les impide en muchos casos seguir caminando en su buen hacer, en su bien sentir y en sus deseos de continuar colaborando y esforzándose sin recompensa.Una de esas grandes piedras fue sin duda tener que ensayar en el teatro con temperaturas bajo cero y sin una calefacción que llevarse a los huesos.Hay que tener mucha fuerza de voluntad para reunirse a las 8 de la tarde del crudo invierno, después del duro trabajo diario; continuar trabajando para aprender los guiones, armados de gorros y bufandas intentando que las palabras pudieran brotar medianamente inteligibles.Finalmente tras tantos sacrificios, había llegado el día del estreno. Poco a poco la sala del teatro se fue llenando de público hasta cubrir por completo el aforo.Jesús, el profesor, al hacer la presentación de la obra, dio las gracias a cuantas personas habían colaborado con el grupo. A la asociación de mujeres de alaejos que han confeccionado las cortinas que Dámaso instaló para hacer de imprescindible telón para sucesivos –y precedentes- eventos. Amén de otras muchas tareas que ha desempeñado sin queja el bueno de Dámaso.También agradeció al público su asistencia, puesto que sin público -dijo- no existiría el teatro.Cierto que el público es importante, pero también es lo más fácil.Acudir -en este caso- al teatro, acomodarnos y disfrutar del trabajo de todos ellos es bonito, pero nunca podrá ser tan gratificante aplaudir como recibir el aplauso en reconocimiento a su trabajo.En este caso el público asistió atento y respetuoso, aplaudiendo incluso hasta en dos ocasiones en mitad de las actuaciones; sin esperar a los entreactos para hacerlo. Así de exitosa fue la representación.Los actores supieron solventar con maestría los pequeños lapsus que fruto de la tensión pudieron tener. Fueron creciéndose en sus actuaciones hasta representar un espectáculo digno de los mejores comediantes.Ánimo amigos. No cejéis en el empeño de hacer las cosas por y para este pueblo. Somos muchos los que agradecemos vuestro esfuerzo y tesón.

OTRA VEZ ESPERANDO EN LA SALA DE URGENCIAS

(Original de 21-3-2006)

No suelen ser habituales mis visitas a las urgencias de los hospitales, pero sólo pasaron un mes y 16 días desde la última, cuando un leve incidente me llevó de nuevo al hospital clínico y a su inhóspita sala de espera.

No es mi costumbre rezar rogando imposibles; mucho menos iba a hacerlo para pedir a un hipotético “concededor” que la dicha sala estuviera poco menos que desierta y esperándonos a mi pequeña y a mí con los bancos abiertos. ¡Nada más lejos de la cruda realidad!

Tras bajar del autobús -no sin antes comentar lo descaradamente que nos miraba la aburrida pasajera que no teniendo otra cosa mejor que hacer se dedicó a escudriñar nuestra presencia- subimos la empinada a la par que incómoda rampa de acceso al hospital que pronto dejará de existir como tal.

Al llegar arriba, vimos como de una lujosa, nueva y gran furgoneta se apeaba una familia de no menos de 20 miembros gritones y con prisa por ser los primeros en ser atendidos.
Maldijimos nuestra suerte y continuamos camino.
Como no terminaban de bajar todos, nos dio tiempo de llegar a la ventanilla de admisión poco antes que ellos.

Mientras nos tomaban los datos, la numerosa y ruidosa familia hizo acto de presencia en la abarrotadísima sala, de forma tan devastadora como lo hubiera hecho la marabunta.
Todo eran risas, griterío, alboroto…

Tras cumplir el tramite de la recepción de datos, y al girarme buscando asiento, me encontré a un palmo de la nariz con la incipiente coronilla y pelo sin brillo de un ex personaje que acompañando a su muy preñada pareja también acababa de llegar.

Dudamos si sentarnos o esperar de pie, pero viendo aquella maraña humana, sospechamos que el tiempo de espera sería más del que podríamos aguantar erguidas.

Nos sentamos en uno de los destartalados asientos y a nuestra espalda lo hizo la ruidosa y abundantísima familia.

No es quejarse de vicio ni de más; simplemente es recapacitar sobre si era necesaria la presencia en aquella sala cuajada de enfermos, de veinte personas; diez niños de entre 5 y 2 años y diez “abultos” de edades tan variadas como sin importancia para este caso.

¿Qué hacían en un lugar plagado de virus con gorro diez criaturitas inocentes a la par que molestos?

Una de las “abultas” llevaba un bebé en brazos. Imaginé que ese sería el enfermito; quizás el pobre infante estaba aquejado de “un moco” y no encontraron mejor lugar para quitárselo que aquel donde estábamos.

Entre las muchas personas que, como decía; abarrotaban la sala, se encontraba una pareja a poco de entrar en la tercera edad y de aspecto absolutamente corriente, degustando un bocadillo y una botella de agua que intercambiaban entre si con sumo cuidado, de que las migas cayeran al suelo para no manchar sus ropas.

No me explico como alguien “normal” puede comer tranquilamente con apetito en aquel lugar, máxime viendo la persona que dormitaba en el asiento contiguo.
El aspecto del mendigo era igual al del conde de Montecristo cuando escapó de la prisión.

Frente a nosotras se aposentó el ex personaje que no paraba de mirarnos, quizás esperando un saludo que nunca llegaría.

Los diez niños no paraban en sus asientos, entraban y salían, corrían y gritaban como si estuvieran divirtiéndose en un parque de atracciones.

De pronto, sin saber cómo ni por donde, los mayores se volatilizaron y allí quedaron los engendritos –hijos engendrados por ellos- ¡sin animo de ofender! que los niños no tiene culpa de no haber visto una pastilla de jabón ni un peine en sus cortas y “desfavorecidas” vidas.
No eran horas de visita; las puertas de acceso al resto de los servicios hospitalarios se encontraban cerradas. Sólo podían haber salido a la calle ¡que no!, o entrado a las salas de urgencias pero… ¿todos? A los demás solamente nos dejan pasar –como mucho- un acompañante por enfermo – ¡lógico! En muchos casos no hace falta más.

Aunque en este caso volví a preguntarme -y no me contesté- como es posible que teniendo semejante furgoneta, no puedan comprar una pastilla de jabón.
Lo suyo no es pobreza; es marranería o quizás intención de dar más lástima para poder vivir del cuento utilizando impunemente para su mendicidad a cándidas criaturas.

Si nos ceñimos al refrán: “el buey suelto bien se lame”, no os quiero ni contar lo agusto que estaban los diez “cabestritos” –por lo de buey suelto- a sus anchas y largas sin nadie que vigilara sus cada vez más abundantes travesuras.
Cierto es que tampoco les estaban poniendo freno antes de desaparecer, pero así, solitos… ¡tan llenitos de mugre! Al mirarlos ¡inocentes! parecía talmente estar viendo uno de esos anuncios que suelen poner durante la navidad para que se nos atragante la “boyantez” de nuestras vidas. Esos anuncios plagados de niños tercermundistas con los que nos chantajean cada cinco minutos para que apadrinemos. ¡Ellos, pobres! llenitos de moscas alrededor de los mocos y el pelo estropajoso. ¡Esos niños! que cada año son los mismos, como si en el mundo no hubiera otros pobres a los que plasmar.
Los que finalmente recibirán esos dineros, no se molestan ni en cuidar la puesta en escena para hacer más creíble su… “buena voluntad”.

Los que estaban en aquella sala mugrientos, aburridos y aburriendo, eran perfectos para uno de esos “chantajeanuncios”.

Debajo de la mugre, tenían unas caras preciosas. Uno de no más de 3 añitos, era un calco en miniatura de Bisbal; vivaracho, movidito, harapiento igual que los otros nueve, pero a diferencia de ellos; los ojillos de “Bisbalito”, miraban constantemente la punta de su nariz sin poder evitarlo. Yo me hice nuevamente otra pregunta ¿podrá ver bien lo que le rodea? ¡Quizás es el que más suerte tiene de todos ellos y sólo ve esa pequeña parcela de su cara!

Por si fueran pocos los diez “tercermundismitos”, apareció en escena un balón con el que jugaban a lanzárselo unos a otros o a darle otro a uno tales golpes en la cabeza, que con sólo verlos me produjo migraña.

El pequeño Bisbal, era una preciosidad, aunque no quita que una de las veces se le escapó la pelota y para buscarla gateó por el suelo a mi izquierda y me asusté creyendo que era un caniche saliendo debajo de mí asiento.

Otra niñita también preciosa bajo sus harapos, comenzó a brincar de pie en el asiento tras el que yo me encontraba haciendo que el mío se moviera a punto de descoyuntarse.
Lo siento, no me considero racista, soy realista y me limito a relatar todo lo que viví tal y como sucedió, aderezado, eso si, con la fina ironía que caracteriza mis críticas.

Por no hacer un feo, continuamos en el mismo asiento expuestas a ser golpeadas por la niña brincona, los niños corricones y el balón volante.

Ninguno de los presentes nos atrevimos ni a reprender a las criaturitas, ni a morirnos de vergüenza porque en el siglo 21 existan en nuestra ciudad personas como aquellas que no sólo habían abandonado diez niños en una sala de espera de un hospital, donde lo menos que había eran ganas de escuchar algo distinto a nuestro nombre llamándonos a ser visitados y así terminar de una vez la tediosa espera; aun quedaba mucho tiempo para ello.

Mientras; los niños seguían impunemente gritando y lanzando la pelota por encima de las personas que habíamos acudido con nuestras dolencias a un hospital; no a un centro de recreo para divertirnos con las “monerías” infantiles de aquellos inocentes.

El más pequeño de todos, un niñito de escasos 2 añitos, aburrido, terminó tumbándose en el suelo “boca arriba”. Otro lo agarró por los pies y lo arrastró por la sala –cualquier cosa menos pulcra- hasta que ambos se cansaron de hacerlo.

Otra pregunta; de haber sido un solo niño “payo” el que molestara ¿todo el mundo lo habría consentido? o quizás hubieran puesto el grito en el cielo clamando silencio y tranquilidad para sus malestares.

Nadie movió un dedo, ni pacientes, ni impacientes, ni celadores… ni siquiera el menesteroso conde de Montecristo cuando con tanto griterío fue arrancado de los brazos de Morfeo… ¡¡con lo descansado que quedó Morfeo al soltarlo!!

El mendigo simplemente se levantó del asiento y arrastrando su vida y meciendo sus presuntos y más que probables piojos; se acercó a unos de los aseos a evacuar lo bebido.
Al salir tuvo la suerte de encontrar una colilla de cigarrillo a medio fumar. Naturalmente lo encendió y sin más se sentó a fumarlo tranquilamente.

Sólo pensar que el humo que expelía con grandes bocanadas salía de sus pulmones para llegar a los de mi hija y míos, hizo que nos alejáramos de allí con más premura que si de un cataclismo se tratase.
Lo que no consiguieron los chiquillos tan inocentes como sucios, lo consiguió aquel ser tan sucio como… nauseabundo.

“Acomodadas” –es un decir- en los asientos del fondo, podíamos divisar completamente la sala plagada de personas que entraban y salían sin mirar siquiera a la chiquillería cada vez más inquieta y ruidosa.

De pronto, comenzaron a reír sin duelo.
Unan pobre mujer acababa de salir con su cura recién hecha. Cojeaba visiblemente y llevaba la nariz “entablillada” con un aparatoso vendaje.

La pobre mujer, más preocupada por sus dolores que por su cómica apariencia, recorrió lentamente la sala de espera, camino de la calle, ayudada por otra señora que la acompañaba. Tuvo suerte de conseguirlo sin haber recibido un balonazo que le habría hecho menos gracia que a los niñitos su aspecto.

Pasada más de una hora en aquel antro –milagrosamente- escuchamos el nombre de mi doliente hija y su dedo índice de la mano derecha.

Fuimos atendidas con cortesía y gracias a la observación que hice, de que no deberíamos haber estado allí, porque las urgencias están para otra cosa y lo nuestro podría haberlo “valorado” el incompet… el médico de cabecera; también fuimos atendidas con rapidez.

Salimos dejando atrás a todas aquellas personas que por razones diversas, acudieron a urgencias sin sospechar que serían protagonistas de esta crítica.

Últimamente estoy frecuentando en paseos vespertinos las obras del que será el nuevo y modernísimo hospital vallisoletano y dada mi propensión a hacerme preguntas tengo varias de difícil contestación:

¿Las medidas de civismo serán las mismas en las nuevas instalaciones que las actualmente insufribles?
¿Serán diferentes las instalaciones para personas realmente enfermas, que para los que se comportan sin ningún respeto hacia sus “semejantes”?
¿Podremos disfrutar tranquilamente de los servicios que pagamos con nuestros impuestos?
¿Seguiremos pagando impuestos para ser atendidos con menos premura y deferencia que los que nunca pagan… aunque puedan pagar?
¿Durarán al menos algunas horas nuevas, las novedosas instalaciones?
¿Hasta cuando vamos a consentir este racismo que ejercen algunos sobre los que no somos como ellos?
¿Rescatarán médicos en paro –o recién horneaditos- para que seamos atendidos con dignidad y rapidez quienes acudimos por obligación a urgencias?
¿Pondrán en el nuevo hospital salas de recreo para acompañantes excesivos?
¿Tendremos que seguir aguantando semejantes desmanes?
¿Tendremos que seguir aguantando que “además” nos llamen racistas?
¿Tendremos que seguir aguantando?
¿Seguirá dormitando el conde de Montecristo en las nuevas salas de urgencias?

URGENCIAS EN EL CLÍNICO

(Original de 6-2-2006)

Acudir al servicio de urgencias de un hospital no es la experiencia más agradable que se puede experimentar, aunque vayas de paciente acompañante y no de impaciente paciente.

Al llegar a la sala de espera y verla atestada de personas, te dan ganas de salir huyendo, pero aún dudando que podrán ayudarte en tu dolencia, te acercas a la ventanilla y das tus datos al personal de turno que con actitud cansina, sin mirarte a la cara te piden que esperes a ser llamado.
Es entonces al ocupar uno de esos asientos, cuando te llevas el primer susto.
Son bajos, incómodos, desconchados por el excesivo uso y tan inestables por diseño, que al acercar la nalga el asiento parece retirarse a mala idea haciendo casi perder el equilibrio a quien osa ocuparlo.

No teníamos otra alternativa más que pacientemente esperar turno observando cómo el resto de personas que habían acudido a las urgencias del hospital clínico universitario de Valladolid, hacían igual que nosotros, es decir; nos miraban de soslayo serios y cariacontecidos mientras esperábamos ansiosos escuchar el nombre del enfermo para cruzar la pesada puerta de vaivén que da acceso al interminable pasillo de innumerables salas, olor mareante, exento de pulcra limpieza y abarrotado de personas, pareciendo más la estación de autobuses en hora punta que un centro hospitalario.

Mientras buscábamos cual laberinto, la puerta de la consulta a la que habíamos sido remitidas, nos cruzamos con una multitud de camillas ocupadas por dolientes personas, acompañantes afligidos, enfermeras aburridas, doctores… doctores, celadores enfadados y porquería, mucha porquería.

Por fin llegamos a la sala donde una doctora hinchada por su embarazo a punto de culminar, nos observaba con desgana sentada tras la mesa cuyo tablero mostraba manchas de sangre reseca de un anterior paciente.
Sin moverse de su asiento y sin tocar la muñeca dolorida de mi hija dictaminó la solución; enyesar.
Pedimos educadamente explicaciones a la resolución, dando muestras sinceras de lástima por la enorme cantidad de trabajo que tenía.
Debimos caerle bien y amablemente –ahora si- nos definió su prescripción de inmovilizar completamente la muñeca para una mejor y más rápida curación.
Tras ofrecernos disculpas por la saturación de pacientes, pidió que esperáramos de nuevo fuera.
Nos despedimos de ella y regresamos a la abarrotada sala de espera de la que habíamos salido deseando no volver.

Mientras esperábamos, sin poderlo evitar observamos levemente -más por entretener la espera que por interés- a las personas que con gestos de dolor y desgana ocupaban la estancia.

Una señora mayor con pinta de acabar de salir de la cama sin tiempo –ni ganas- de peinarse el cucubillo de la coronilla… un niño entre los brazos protectores de su madre con ojos vidriosos de fiebre y llanto y mocos secos de llanto y fiebre…una muchacha escuchando música a través de unos minúsculos auriculares… un pobre señor bastante mayor doblado de malestar y años apoyaba la barbilla sobre su pecho, sentado en una silla de ruedas con gesto que claramente reflejaba dolor, cansancio y pesar por tener que seguir respirando fuera de su hábitat…
En definitiva varias personas con similares características de dolor y malestar salpicadas entre los asientos y excesivo bullicio en los del fondo que acapararon totalmente nuestra atención y comentarios, obviando al resto de los “esperantes”.

Toda la sala brillaba… por la ausencia en su limpieza, pero esa zona estaba tan sucia como el pelo y las uñas del patriarca que ocupaba uno de aquellos “asientos del fondo”.

Bajo la hilera de “reposaculos”; montones de botellas de agua vacías, papeles y desperdicios varios evidenciaban la larga estancia de aquellas personas en dicho vertedero, también llamado sala de espera.

En lugar de estar en casita haciendo deberes, había varios niños de la misma raza gitana que el mentado patriarca. Correteaban por la sala molestando a cuantos se encontraban realmente enfermos y provocando enfermedad a los acompañantes.

No paraban de llegar familiares tan desaliñados e insensibles al dolor ajeno como los que les habían precedido.
Entró una gitana gorda, greñuda, con abrigo de piel bien conjuntado con las zapatillas de “andar por casa” que calzaba y con grandes voces preguntó a sus congéneres si ya había novedades, a lo que otra gitana que hacía descansar sus orondos brazos sobre un par de considerables y lacias tetas, contestó con acento “jay”: naaada hiiiija, sigue en dilataciooón.

Fácil fue suponer que toda aquella maraña estaba en espera de otro miembro más para la extensa familia.

Los chiquillos aburridos de corretear por la sala, comenzaron a jugar con las máquinas expendedoras de agua, refrescos y chucherías varias.
Apretaban con fuerza los botones, como si al hacerlo pudieran acelerar los dolores de la parturienta para poder salir cuanto antes a hacer picias a otro sitio.

Naturalmente ninguna de las personas mayores que les acompañaban hicieron el menor gesto de; “niño deja de tocar la maquina que vas a romperla y tendrán que pagarla estos señores a los que estáis molestando toda la tarde porque nosotros ni educados ni contribuyentes; somos únicamente gitaaanos”.

Cuando se cansaron de aporrear los botones de la máquina, comenzaron otro jueguecito no menos molesto y dañino.

Salieron al exterior y se sentaron en las sillas de ruedas colocadas en hilera para ser utilizadas en caso de urgencia o necesidad y como si de una atracción de feria se tratase, rodaron por el recinto a su antojo hasta que nuevamente se cansaron del juguete y corretearon por entre las ambulancias que se encontraban allí estacionadas.

En una de sus alocadas carreras estuvieron a punto de atropellar la camilla en la que sacaban a un anciano con la cara blanca como la nieve y atado a una botella de suero.

Imaginé por un instante si aquel chico gordo -aspirante a vendedor de bragas en un mercadillo ambulante- hubiera golpeado al pobre señor.
Por leve que hubiera sido el golpe, no creo que le aliviara pensar que un niño –aunque sea gitano- no es responsable de sus actos.

Los lebreles seguían entrando y saliendo impunemente de la sala, sin que ningún celador –o cualquier otro personal hospitalario- les llamara la atención. Supongo que deben estar acostumbrados a tales desmanes y “pasan” de decir nada, sabedores que les harán caso “insumiso”.

Una de las chiquillas corriconas entró para hacerse cargo de la pequeña que aun no caminaba sola y tenía “hartitos” a quienes la atendían.

La niña mayor –candidata a mujer ignorada por su marido- sentó a la pequeña en su cadera y comenzó a menearse al son de alguna cancioncilla que tuviera bullendo bajo el enmaraño de cabello.
Mirándola pude bien imaginar el futuro de aquellas dos aprendices de “dame aaaargo paaaayo”.
Pronto se cansó del meneo la pequeña, que lloriqueando aburrida y aburriendo a los “payos enfelmos” alargaba sus bracitos implorando ser tomada en brazos por su presunto padre.

El varón la tomo en brazos y comenzó a hacer con ella “el avioncito”. Una de las veces a punto estuvo de golpear la cabecita de la pequeña con la columna que acababa de emplear como escondite al “cucu tras”, en otro infructuoso intento de aliviar la inútil espera de aquella pobre criatura.

Pronto se cansó el supuesto padre de la improvisada aviación, dejó a la niña en otros brazos y salió a fumar un cigarrillo.
¡¡Mira, que educado!! –pensé- cumple las nuevas leyes anti-tabaco.
Pero sólo fue eso, un leve pensamiento. Enseguida tuve que dejar de mirar a la calle por el asco que me dio ver llorar los cristales y no por lluvia ni vaho.
Lástima que los cristales no eran una llama o un camello que le hubieran devuelto el tiro a su puñetera cara.
Además de incordiar haciendo gorrinadas.

Mientras ese hacía de las suyas, otro trataba de distraer a la gitanilla lanzándola al aire como un poseído.
Una de las veces me asusté porque a punto estuvo de dejarla caer. Se hubiera estampanado contra el suelo, parando de golpe el hastío de la pequeña.
No hubo suerte en el intento; no logró calmar el aburrimiento de la infortunada niñita, a la que por fin dejaron en el suelo gateando feliz entre la porquería, rebozando el chupete que a veces colgaba de su cuello y otras rechupeteaba como posesa.
Al menos así no había riesgo de accidente… ni de cualquier contagio, porque bien sabido es que desde muy pequeños a los “jichus” no les entran ni las balas.

Tras más de una hora de espera, finalmente fuimos muy amablemente atendidas y pudimos dejar aquella inhóspita sala, a los dolientes y a los jodientes con sensación de impotencia.

Seguiremos soportando su racismo, sus guarradas, prepotencia y nula educación en cualquier lugar donde coincidamos con los “calós”, sabedores que nadie va a decirles nada y quejándose eso si; de sufrir discriminación por nuestra parte.

Nadie pondrá jamás cordura en esta raza para que aprendan a convivir como personas.
Si en vez de esperar en masa a que la parturienta diera su do de pecho, hubieran estado en sus chamicitos haciendo deberes unos, durmiendo otros, fumando algunos y no molestando todos, no habría habido lugar para esta crítica que nadie podrá tachar de racista… o mejor si… racistas los gitanos que no son capaces de convivir como personas entre las personas sanas o enfermas y con dolor de cuerpo o de alma.

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